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El gobierno ilegítimo de Janine Añez, surgido del golpe de ultraderecha que derrocó a Evo Morales y su partido, el Movimiento al Socialismo, no alcanzó a durar un año.

Once meses después, la contundente victoria de Luis Arce y David Choquehuanca en la primera vuelta de la elección presidencial fue una sorpresa para muchos, la derecha y la ultraderecha se preparaban para unir sus fuerzas y vencer en el segundo turno. Pero si el MAS- IPSP, llegara a ganar con menos del 10% de los votos, denunciarían fraude, como lo hicieron en noviembre 2019, cuando obligaron a renunciar a Evo Morales.

Pero la fórmula MAS-IPSP obtuvo el 55,10% de los votos, Luis Arce e David Choquehuanca fueron electos presidente y vicepresidente de Bolivia, atrás quedaron Carlos Mesa, de Comunidad Ciudadana, con menos del 29% y al “Bolsonaro boliviano”, el fascista Luis Fernando Camacho con sólo 14,34% de los sufragios.

El golpe contra Evo Morales se dio en un contexto de violencia, donde las bandas fascistas de Camacho quemaron las whipalas (banderas del Estado Plurinacional de Bolivia) y golpearon y torturaron a militantes y autoridades del MAS y después el propio gobierno ilegítimo reprimió salvajemente cualquier intento de resistencia. Las masacres de Sacaba (15 de noviembre de 2019, en Cochabamba) y Senkata (El Alto y La Paz, 19 de noviembre del mismo año) asesinaron o dejaron heridas a decenas de personas.

A pesar de la represión y de la aparición de la pandemia de covid-19, la resistencia continuó y se extendió. El gobierno de Áñez, con la intención de fortalecerse y evitar a toda costa un regreso del MAS al poder, fue postergando las elecciones presidenciales y para la Asamblea Nacional. En julio de 2020 comenzó una gran movilización popular, las mujeres, los campesinos, la juventud trabajadora exigían elecciones inmediatas, democráticas, sin exclusiones. Se extendieron y generalizaron los cortes de rutas y bloqueos de carreteras… Pero la situación cambió de manera significativa cuando entraron en escena los trabajadores dirigidos por la Central Obrera Boliviana y, fundamentalmente, los mineros, agrupados en la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia. La COB declaró la huelga general por tiempo indefinido, hasta la efectiva realización de las elecciones.

Y allí estaba Orlando Gutiérrez, secretario ejecutivo de la FSTMB, actuando como uno de los principales dirigentes de la resistencia.

La policía y el ejército no fueron capaces de reprimir en gran escala, la larga experiencia de lucha de los mineros, que saben manejar la dinamita, se hizo valer. Los piquetes de autodefensa garantizaban la protección de los manifestantes e inhibían las provocaciones y ataques fascistas.

El MAS consiguió imponer, con su mayoría de dos tercios en el parlamento, la proclamación de una ley que fijaba, de forma impostergable, la fecha de las elecciones: el 18 de octubre de 2020.

El gobierno golpista y sus ministros, con la complicidad de los grandes medios de comunicación demonizaban a los manifestantes, los acusaban de impedir que entrasen alimentos a las ciudades, de detener camiones transportando oxígeno para los pacientes afectados por la covid-19. El entonces ministro de gobernación, Arturo Murillo (ahora prófugo en Estados Unidos, con la complicidad del gobierno de Bolsonaro, acusado por fraude y malversación de fondos destinados a la compra de gases lacrimógenos y otras armas represivas), determinaba la persecución a los participantes y dirigentes de los bloqueos. Decía que los iban a cazar uno por uno.

Orlando Gutiérrez estaba en la lista, él y su familia eran amenazados permanentemente.

El 22 de octubre, pocos días después de la arrolladora victoria electoral del MAS, una patota de “pititas”, matones de ultraderecha lo atacó y lo golpearon, principalmente en la cabeza, hasta dejarlo inconsciente. Fue internado en una clínica de La Paz, donde murió seis días después. Las amenazas de los fascistas se habían cumplido.

Esta pérdida representa un duro golpe para las fuerzas de la democracia, los trabajadores y los revolucionarios de América Latina.

El niño que con 11 años trabajaba en los socavones, el dirigente minero que encabezó la ofensiva popular contra el gobierno golpista, el hombre de 35 años asesinado en La Paz, Orlando Gutiérrez, con su corta vida y su larga trayectoria, nos deja el ejemplo de su lucha.

Orlando era uno de los representantes más lúcidos y capaces de la nueva generación de dirigentes populares, de esa juventud que está enfrentando el autoritarismo, la injusticia social y la dependencia. La derecha asesina sabía muy bien a donde apuntaba, contra esa juventud y sus líderes que son sus principales enemigos. Que la vida y la muerte de Orlando Gutiérrez sirvan de ejemplo para la lucha de nuestros pueblos.

¡Orlando Gutiérrez, presente! ¡Ahora y siempre!

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