Siete tesis sobre la derecha postrumpista y el papel de DSA en la lucha

Traducido por Viento Sur

Siendo la fuerza más amplia y más organizada de la izquierda estadounidense, Democratic Socialists of America (DSA) está llamada a desempeñar un papel crucial a la hora de definir cómo la izquierda más amplia interpreta y responde al asalto del Capitolio en Washington. Como socialistas, nos oponemos a todo lo ocurrido en esa ciudad el 6 de enero pasado porque fue una tentativa de extremistas racistas y de extrema derecha de popularizar su movimiento, no porque estemos por principio en contra de ocupar el Congreso.

De momento se han emitido muchas declaraciones por parte de diversos grupos en relación con los acontecimientos que tuvieron lugar aquel día en el Capitolio de EE UU. No debería hacer falta decir que DSA Santa Cruz se opone radicalmente a los manifestantes de extrema derecha que penetraron en el Congreso. Los sentimientos despertados al ver a supremacistas blancos armados asaltar el Capitolio de manera casi impune no deben minimizarse. Quienes emitimos esta declaración también estamos indignados y aterrados ante este acontecimiento.

Mientras proliferan las condenas, pensamos que también es necesario intervenir en algunas formas en que este suceso ya se contextualiza y se narra, tanto en medios populares como por parte de muchas personas de la izquierda estadounidense, incluida nuestra propia organización. Avanzamos a continuación siete tesis para el debate en el Comité Ejecutivo de DSA, agrupación de Santa Cruz.

Tesis:

1. No se trata de un golpe de Estado. Es importante que seamos precisos con nuestras categorías y reconozcamos los peligros muy reales que supone la toma del Capitolio por lo que son realmente, no recurriendo a analogías o fantasías enfermizas inspiradas en Hollywood. La calificación de golpe de Estado –la toma del poder no democrática, habitualmente por elementos o facciones del interior mismo del Estado– no describe especialmente bien los hechos del 6 de enero. Lo que ocurrió esa semana no fue una intentona de hacerse con la maquinaria del Estado y hacerla funcionar; fue un espectáculo caótico, mortal y mediático.

Siendo realistas, el peligro no es que la ocupación del Capitolio mantenga a Trump en el cargo o impida el traspaso del poder. El peligro muy real que representa la acción del 6 de enero es más bien que envalentonará e inspirará a individuos y grupos para cometer nuevos actos de violencia, contra la izquierda, contra personas de color, contra trabajadoras, contra inmigrantes, contra Antifa y Black Lives Matter (BLM), contra todas nosotras. La acción del 6 de enero no ayudó precisamente al Partido Republicano o al gobierno de Trump a mantenerse en el poder a corto plazo, pero sí potenciará el reclutamiento de grupos como los Proud Boys. Contra esto tenemos que organizarnos.

2. Como socialistas, nos oponemos a todo lo ocurrido en esa ciudad el 6 de enero pasado porque fue una tentativa de extremistas racistas y de derecha de popularizar su movimiento, no porque estemos por principio en contra de ocupar el Congreso. Toda condena de la acción del 6 de enero debe centrarse en la posición política de los actores implicados, más que en la falta de respeto hacia las “santas instituciones estadounidenses”, como han lamentado muchos comentaristas de la CNN. Como socialistas, nos comprometemos a defender las formas limitadas de democracia que existen en el país, por muy huecas y debilitadas que estén. Pero no fetichizamos estas instituciones. La política que aspira a construir formas de democracia más robustas y genuinas exigirán la transformación, y en algunos casos la abolición pura y simple, de esas mismas instituciones. No facilitamos este proyecto fijándonos en la táctica más que en la política de las acciones del 6 de enero.

3. Debemos resistirnos a la condena de los sucesos del 6 de enero sobre la base de que se violó “la ley y el orden”, una expresión empleada tanto por Trump como por Biden. Como socialistas, estamos comprometidas con la defensa de la democracia, pero reconocemos que ley y orden es una expresión que pronto o tarde su utilizará contra nosotras. Asimismo, debemos oponernos al uso de palabras como traiciónsedición patriotismo en las discusiones en torno a aquellos sucesos.

4. De un modo similar, ha habido mucho mosqueo liberal por el hecho de que algunos medios hayan vacilado antes de calificar el asalto al Capitolio de terrorismo. Esta objeción parte del reconocimiento correcto de que cuando son personas de color, y sobre todo musulmanas, quienes cometen actos violentos, los medios se apresuran a calificarlos de terrorismo, mientras que actos similares, cometidos por estadounidenses blancos, rara vez se conceptúan del mismo modo. Si bien esta observación revela la naturaleza profundamente racista de los medios estadounidenses, que merece ser condenada, la invocación y extensión del término terrorismo serán al final más dañinas que beneficiosas para la izquierda. Su uso para describir la violencia de la derecha o la izquierda servirá en última instancia para justificar la expansión de los poderes represivos del Estado. Recordemos, por ejemplo, cómo el Estado utilizó las medidas antiterroristas aprobadas después de los atentados del 11 de Septiembre para vigilar y reprimir a los y las activistas antiguerra.

5. Una respuesta común ha consistido en señalar que si esa misma acción la hubieran cometido personas de color, o el movimiento BLM, o en general gentes de izquierda, habría provocado la intervención de una fuerza muy superior para atajarla. Evidentemente, esto es cierto, pero hemos de andar con cuidado en el uso de esta afirmación. Si se emplea para combatir la laxitud de la respuesta estatal a las acciones de 6 de enero, lo que se hace es normalizar la represión del Estado que podemos prever que se dirigirá contra nuestros movimientos. Si comparamos la respuesta blanda a la manifestación de aquel día con lo que sin duda habría ocurrido si se hubiera tratado de manifestantes de BLM, lo que pretendemos a todas luces es señalar la injusticia de la represión dirigida contra BLM. Sin embargo, el mismo hecho de comparar un movimiento que se opone a la realidad cotidiana del terror policial con un movimiento que en el fondo armoniza con este, nos lleva a plantear que el Estado debería dar a los supremacistas blancos el mismo trato que aplica a manifestantes de BLM, o por el contrario nos induce a imaginar que el Estado podría llegar a tratar las manifestaciones de BLM con la misma indulgencia con que trató a la turba del 6 de enero.

El problema es que ambas posiciones tratan a la policía como una institución situada por encima de la política, como instrumento neutral que puede utilizarse para bien o para mal. Pero sabemos que, a fin de cuentas, la policía y los manifestantes que asaltaron el Capitolio son componentes del mismo proyecto político de supremacía blanca; ocasionalmente pueden chocar entre sí, incluso violentamente, pero no existe ningún antagonismo intrínseco entre la policía y la extrema derecha como el que hay entre aquella y nuestros movimientos. Señalando simplemente que estas dos corrientes reciben un trato diferenciado convierte un hecho estructural del Estado y su relación con la supremacía blanca en un asunto aparentemente arbitrario y accidental de un Estado que no es justo con quienes pretenden acabar con la supremacía blanca. Esta argumentación está bien intencionada, pero en última instancia es más engañosa que no ilustrativa.

6. Una lección muy clara que toda persona de izquierda debería extraer de los sucesos del 6 de enero es que existe un continuo perceptible entre el agente de policía y el trumpista estrafalario envuelto en la bandera estadounidense y tocado con cuernos de vikingo. Sin embargo, como socialistas hemos de desarrollar una comprensión más estratégica de la relación entre el Estado y la extrema derecha que la mera afirmación de que son lo mismo. Sí, hubo policías que se hicieron fotos con manifestantes que ondeaban banderas confederadas en el Capitolio y un vídeo mostró a agentes abandonando sus puestos, dando vía libre, aparentemente, para que los manifestantes entraran en el edificio. La próxima vez que te encuentres con una barrera de policías que cierran el paso agresivamente a una marcha de BLM en una vía pública, recuerda esas imágenes.

Ahora bien, hemos de reconocer también que el Estado tiene una relación más compleja con estas manifestaciones. El hecho de que los manifestantes lograran penetrar en el Capitolio fue el resultado de un conjunto complejo de decisiones políticas. Nuestro enfoque debe dar cabida a esta complejidad, sin reducirla a simples afirmaciones de cómo la policía apoyó la protesta. Es innegable que hubo policías individuales, incluidos algunos mandos, que apoyaron la protesta. Es cierto que los policías respaldaron por amplia mayoría la reelección de Trump. También es cierto que el asalto al Capitolio no fue simplemente el resultado de que la policía permitiera que ocurriera. Fue más bien el resultado de que la policía se viera desbordada por la multitud (siendo vencida así en un enfrentamiento violento) y considerara que el empleo de más fuerza habría hecho escalar el conflicto.

Esta situación estratégica se vio propiciada por ciertas decisiones en materia de despliegue policial, el riesgo relativamente bajo que suponía esta manifestación para el statu quo, el carácter relativamente marginal de los propios manifestantes y, por supuesto, los sentimientos de algunos policías (que siempre influyen en la intensidad con la que se aplican en su trabajo). No negamos que, en última instancia, la policía es un instrumento de la supremacía blanca, pero reconocemos que, como institución, es relativamente autónoma con respecto a los elementos no estatales del proyecto supremacista blanco. Como tal, siempre vela por conservar su propia legitimidad. Comprender estas distinciones y divisiones es crucial si pretendemos afrontar estratégicamente la cuestión del Estado y comprender correctamente el fenómeno de la extrema derecha.

7. Las acciones del 6 de enero deben contemplarse como un momento importante de la realineación política más amplia que se produce en este país cuando nos adentramos en la época del postrumpismo. El cisma en la derecha que puede derivarse de ello, sin embargo, no parece susceptible de inclinar en general la política nacional a la izquierda. Después de los sucesos, podemos imaginar una extrema derecha envalentonada, contraria a las instituciones, separada de sus anteriores aliados del establishment del Partido Republicano, pero como señala Mike Davis, esta ruptura puede servir en realidad para dar cobertura a la continua derechización de los Republicanos, que podrán mantener las políticas del gobierno de Trump, aunque distanciándose más fácilmente de los elementos más disolutos asociados al propio Trump.

Mientras, los Demócratas estarán deseosos de tender la mano a los Republicanos para asociarse con aquellos que no comulgan con las escaramuzas armadas en la rotonda del Capitolio. El resultado de esto, entonces, podría ser un desplazamiento a la derecha de ambos partidos, así como un crecimiento masivo de la extrema derecha extraparlamentaria, posiblemente leal a Trump (aunque el propio Trump sea o no una figura central de este proyecto). En este panorama político cambiante, los llamamientos a  celebrar actos simbólicos de condena, vengan de Alexandria Ocasio-Cortez o de Mitch McConnell, suenan vacíos, y la vía parlamentaria para una política progresista se ha estrechado sin duda. Lo que tienen que hacer los socialistas está claro:

Organizar nuestros centros de trabajo, edificios y bloques de viviendas para garantizar la seguridad de nuestros vecinos y vecinas y nuestras compañeras y compañeros de trabajo, impedir la entrada de supremacistas blancos y policías, y enfrentarnos a ellos cuando sea necesario. Tras los sucesos del 6 de enero, el personal auxiliar de vuelo comenzó a organizarse para cerrar el paso a los pasajeros que habían participado en el asalto y querían volver en avión a sus casas. Debemos diferenciar esta clase de organización de la clase trabajadora contra los supremacistas blancos de los llamamientos más generales a reforzar la represión estatal y la limitación de las libertades civiles.

Siendo la fuerza más amplia y más organizada de la izquierda estadounidense, DSA está llamada a desempeñar un papel particular. Llamamos a todas las agrupaciones locales de DSA a desarrollar planes para controlar y combatir el activismo de extrema derecha en sus regiones. Esto no debería realizarse de cualquier modo, sino incluir el establecimiento de lazos más profundos con el movimiento obrero organizado, los sindicatos de inquilinas e inquilinos y otras organizaciones comunitarias con arraigo en la clase trabajadora multirracial.

Al adentrarnos en esta nueva fase de la política de EE UU, inaugurada por los sucesos del 6 de enero, es hora de que DSA se replanteen su relación con el Partido Demócrata y las instituciones que controla. En vez de centrar sus esfuerzos en campañas que apelan a congresistas, necesitamos dedicarnos más directamente a la clase trabajadora. ¿Es el intento de impeachment “la respuesta más apropiada” a los sucesos del 6 de enero? Desde el Russiagate hasta la primera tentativa de destituir a Trump, la principal estrategia de Nancy Pelosi y Chuck Schumer para hacer frente a Trump ha girado siempre en torno a esta clase de espectáculo, como si las fuerzas que llevaron a Trump al poder pudieran neutralizarse mediante astutas maniobras en el Congreso. Esto ha fracasado una y otra vez. Nuestra respuesta ha de ser otra: debe surgir de nuestra comprensión de cómo vencer realmente a esta maquinaria capitalista letal de naturaleza racista, antiobrera y aporofóbica. Esto exigirá que nos organicemos, no que presionemos.

Solidaridad siempre,

Comité Ejecutivo de DSA Santa Cruz (California)