Ayer la crisis política se agravó al convertirse también en una crisis militar, la primera crisis seria de este tipo en el gobierno de Bolsonaro. La división existente en la burguesía dio un nuevo salto y se expone ahora en el seno de las Fuerzas Armadas, con la dirección de las tres fuerzas distanciándose de la lógica de confrontación permanente que marca al gobierno en su relación con las instituciones que, de una u otra manera, imponen algún límite al intento de Bolsonaro de erigirse como autoridad por encima de la ley e incluso en contra de ella.
Los cambios de mando realizados en un solo día en seis ministerios (Casa Civil, Secretaría de Gobierno, Procuraduría General de la República, Ministerio de Defensa, Ministerio de Justicia y Seguridad Pública y Ministerio de Relaciones Exteriores) representan dos movimientos de un gobierno que ha perdido bases sociales tanto arriba como en los estratos medios y sectores populares y que busca responder a su propio debilitamiento apostando por dos políticas diferentes que pueden complementarse o pueden estallar en contradicciones aún más graves: por un lado acercándose a lo «centrão» en busca de estabilidad política, y por otro, avanzando en la apuesta antidemocrática por la conducción del gobierno.
La reacción de los comandantes de las tres fuerzas demostró que Bolsonaro no tiene, digamos, un Ejército al que llamar suyo. Aunque conserva un gran apoyo en las bases militares y en la cúpula, hay sectores igualmente importantes que ya no aceptan atar a las Fuerzas Armadas a su suerte, sobre todo después del desastre del general ministro de Sanidad. Por su parte, el Centrão, aunque ávido de poder y recursos públicos, también se mueve pensando en la opinión pública, sobre todo examinando si la base electoral de la política gubernamental se evapora o no, y vigilando lo que dictan los verdaderos dueños del dinero, los capitalistas en general y los banqueros y agroempresarios en particular. La creciente presión internacional por la agenda ambiental o la «carta de Faria Lima», firmada por destacados economistas liberales, muestra que los de arriba quieren controlar a Bolsonaro y pueden incluso querer deshacerse de él si es oportuno.
Esto ocurre en medio de una situación social que se deteriora rápidamente. El caos sanitario ha llevado a Brasil a superar las 300.000 muertes por Covid y a vivir un momento de colapso de la red sanitaria con colas para las camas de UCI, falta de equipos e insumos. Sin una política adecuada para hacer frente a esta situación, vivimos una recesión económica en la que el desempleo ya alcanza a casi 15 millones de personas, con una propuesta gubernamental irrisoria de ayuda de emergencia, entre 150 y 350 reales. Por si fuera poco tenemos que enfrentarnos a un calendario de vacunación nacional totalmente retrasado que impide la recuperación económica.
Las razones de la reforma ministerial
Lejos de ser una simple reorganización de fuerzas, como intentó transmitir el gobierno, los cambios fueron significativos. En Asuntos Exteriores, la salida de Ernesto Araújo es un duro golpe para la ultraderecha olavista como consecuencia tanto del fracaso internacional del país en la adquisición de vacunas como de la gran presión de sectores de la burguesía brasileña por los intereses comerciales en la relación con China.<
El paso de la diputada Flavia Arruda (PL-DF) a la Secretaría de Gobierno es otro golpe para el bolsonarismo radical porque coloca a un aliado de Arthur Lira que votó a favor de la detención del bolsonarista Daniel Silveira en el sector responsable de las enmiendas parlamentarias, disgustando a la extrema derecha y deshaciendo una vez más la narrativa «anticorrupción» que mantiene parte de los partidarios del gobierno. La salida de José Levi de la AGU fue otro revés, motivado por la negativa del ex procurador a firmar una acción de Bolsonaro en el STF contra el bloqueo decretado por los gobernadores de los estados del Distrito Federal, Bahía y Río Grande do Sul, señalando la permanencia del negacionismo científico del gobierno.
En una jugada combinada, la salida de Fernando Azevedo e Silva de Defensa profundizó la crisis en las Fuerzas Armadas y fue respondida con un pedido de renuncia conjunto de los comandantes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea. La pérdida de apoyo de Bolsonaro en el mando militar se produce por el descontento con los intentos del presidente de intervenir en las Fuerzas Armadas, y el nombramiento del próximo comandante del Ejército puede profundizar este distanciamiento si no sigue el orden de sucesión de la corporación y fuerza el retiro de los generales actualmente en servicio activo.
Paralelamente a la reforma ministerial, Bolsonaro intentó utilizar la muerte del policía bahiano Wesley Góes como cortina de humo y espoleta para una acción nacional de los policías contra los gobernadores, retrocediendo cuando se demostró la manipulación del hecho en Salvador y la división de los policías en relación al intento de Bolsonaro. Señalando a la policía como una audiencia prioritaria del gobierno, Anderson Torres fue nombrado en Justicia y Seguridad Pública y será el primer delegado de la Policía Federal en este ministerio.
La crisis continuará
La jugada de Bolsonaro indica una respuesta a sus derrotas de la pasada legislatura, acercándose al fisiologismo y respondiendo a su base social al ir en contra del aislamiento social y a favor de una agenda policial armada. En la misma dirección, convocó a los evangélicos a una «jornada de ayuno y oración por la libertad» que contó con el apoyo de líderes neopentecostales. Con su popularidad en declive, la amenaza constante proveniente del STF y el regreso de Lula al juego electoral, Bolsonaro intenta mantener su gobernabilidad mientras busca preservar a sus partidarios más duros con un discurso autoritario/religioso y el mantenimiento de la postura negacionista incluso después del retroceso en el tema de las vacunas.
El gobierno enfrenta una situación tensa en múltiples frentes: desde el Congreso, que podría avanzar en el juicio político si la situación se deteriora más, desde los militares descontentos que poseen al vicepresidente, desde el empresariado que siente los resultados económicos de la pandémica mala gestión, desde sectores de la derecha indignados por la «capitulación» ante los corruptos, además de la creciente cantidad de población que sufre las consecuencias de la profunda crisis del país. La entrada del Centrão en las negociaciones presupuestarias trajo un nuevo ingrediente ya que hoy tanto Hacienda
como Paulo Guedes se quejan del presupuesto que incumple el techo de gasto al ceder a las presiones de los parlamentarios fisiológicos.
Un impeachment de Bolsonaro, llevado a cabo por la propia burguesía, reflejando estos diversos intereses, es una hipótesis que no se puede descartar, ya que también resolvería el problema para el establishment político que representa una posible segunda vuelta entre Lula y Bolsonaro en las elecciones de 2022. Aunque Lula no es una amenaza para el orden burgués, no es el candidato preferido de la burguesía. Al menos, todavía no. Frente a Bolsonaro puede llegar a serlo. Pero por ahora la mayoría burguesa apuesta por la tercera vía liberal, y para hacer posible este camino pueden incluso intentar sacar a Bolsonaro de la carrera.
Sólo por estar en el momento más crítico de su gobierno, Bolsonaro adelanta posibles salidas autoritarias no para resolver la crisis, sino para utilizarla en su beneficio. Los cambios en la defensa y el mando militar, la propuesta de federalizar la policía militar, las recientes manifestaciones armadas a favor de Bolsonaro en algunas capitales y los intentos de capitalizar la reciente muerte del policía militar en Salvador, son señales de los diversos niveles en los que Bolsonaro intenta crear condiciones para acciones violentas que desorganicen aún más el régimen burgués y le permitan aparecer como un polo político capaz de imponer el orden por la fuerza, venga de donde venga, sean milicias, policías militares o soldados del ejército. Pero su dinámica sigue debilitándose y su capacidad de ser un polo está cada vez más comprometida.
El hecho de que Lula entrara en escena también significó algo nuevo para la burguesía, no sólo para el pueblo. Para los estratos populares, se ha reforzado la esperanza de volver a un pasado mucho menos malo que el actual. Para sectores de la burguesía la idea de que Bolsonaro ya no tiene el favoritismo electoral y por lo tanto sus esfuerzos de negociación pueden ahora trasladarse al PT o a una tercera vía.
En cualquier caso, siempre se advierte: la crisis entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas dificulta los planes más radicales del bolsonarismo, pero no los anula. Los movimientos en la policía militar y la relación orgánica de la familia Bolsonaro con las milicias, combinados con un gobierno cada vez más asediado políticamente, pueden desarrollar acciones antidemocráticas y actos de violencia que requerirán respuestas contundentes. En lugar de paralizar, esta constatación debería servir de llamada a la movilización.
Fuera Bolsonaro: nuestra primera tarea
En este escenario de conflicto, nuestro centro es la tarea de derrocar a Bolsonaro. La consigna «Bolsonaro Genocida» se ha extendido en la sociedad y ha reforzado la necesidad de sacudir a Bolsonaro en las redes, en las pancartas, en los mítines, en las acciones simbólicas, en la solidaridad activa, en la organización sindical y en otras iniciativas tomadas en el contexto pandémico. Asimismo, es esencial estar preparado para volver a las calles tan pronto como las condiciones sanitarias lo permitan, o incluso antes si es necesario para definir la situación. El apoyo al gobierno por parte del Congreso se mantiene y Bolsonaro aún no se ha lanzado a la aventura de un golpe abierto, pero esta posibilidad existe y requerirá una respuesta decisiva e inmediata con movilización de masas. Además, se deben realizar acciones que puedan provocar rupturas entre las fuerzas de seguridad, especialmente entre las plazas también afectadas por la crisis y la hambruna.
Las elecciones de 2022 son ciertamente un tema importante en este momento, pero esperar que sean la táctica principal para derrotar a Bolsonaro es un error que ignora las necesidades del momento actual. Las tareas de movilización frente a Bolsonaro y de vigilancia frente al autoritarismo deben ser centrales para todos los partidos del llamado campo progresista, las centrales y federaciones sindicales, las organizaciones de la sociedad civil y la población en su conjunto, planteando claramente un programa en defensa de la vida frente a las múltiples crisis y de las libertades democráticas frente a la amenaza de la extrema derecha. Las acciones de ¡Juntos!, Juntas! y el trabajo de solidaridad activa como los de la Red Emancipa son parte de nuestro esfuerzo.
La acción parlamentaria también juega un papel muy importante en este proceso, ya sea resistiendo los numerosos ataques del gobierno o impulsando la movilización social y la solidaridad internacional. Los próximos meses serán decisivos para el desarrollo de la situación política, más aún si se fortalece la posibilidad del impeachment, y estamos ante un momento en el que todos los sectores y frentes de lucha progresistas deben estar preparados para contraatacar el avance autoritario y pasar a la ofensiva en cuanto se presente esta posibilidad.
La verdadera salida de la crisis que vivimos sólo será posible mediante una acción popular que derrote a Bolsonaro e imponga medidas concretas. La aceleración de la vacunación y el aumento de la ayuda de emergencia a cantidades decentes son nuestras necesidades más inmediatas, además del derrocamiento de Bolsonaro. Al mismo tiempo, hay que seguir construyendo un polo anticapitalista en el país que defienda medidas fundamentales, que opere la transferencia de recursos de los ricos al pueblo trabajador.
Secretariado Nacional del MES