Ni linchamientos a mercenarios ni represión policial
Aprecio cierta tendencia a tergiversar la intervención de nuestro presidente, diciendo que incitó a la lucha entre cubanos. Primero es bueno aclarar, que Díaz-Canel definió bien tres grupos en las manifestaciones suscitadas en algunas localidades: revolucionarios afectados por una situación difícil, personas que se han creído los cuentos de camino que transmiten los medios mal intencionados de Miami y un núcleo provocador e incitador de contrarrevolucionarios.
A diferencia de otras geografías muy cercanas, incluido Estados Unidos, no se vieron en las imágenes publicitadas escafandras ni palos; a nadie mataron como en Colombia ni le sacaron los ojos con balines como en Chile, ni le dieron golpes como en Estados Unidos a las protestas del movimiento por los derechos de los negros. El mundo pudo contemplar una imagen inusual: un presidente en el vórtice del huracán conversando, dialogando, explicando… Eso no se ve en ningún lugar de este Planeta. Su actitud resulta admirable, como admirable resulta el esfuerzo que está haciendo el país mientras su poderoso vecino se empeña en asfixiarlo para llegar después como salvador e imponer sus designios.
Díaz-Canel no llamó al desorden, a abusar de nadie; no llamó a linchamientos ni a la represión policial, que es lo común en mundo hipócrita en el que se habla de libertad para imponer la dictadura de los poderosos. Díaz-Canel llamó a que no permitamos que progrese un golpe blando para justificar un pronunciamiento de la OEA pidiendo una intervención militar humanitaria, como han hecho en todos lares. Vale recordar lo que dijo Martí a Gonzalo de Quesada hace más de cien años: “Y una vez en Cuba los Estados Unidos, ¿quién los saca de ella?”. Nos toca a los revolucionarios y al pueblo cubano, patriota y soberano, evitarlo. No podemos ser ingenuos, desde hace rato está en curso una operación desestabilizadora contra nuestro país y dejarla correr nos costaría la sangre. Los ejemplos sobran.
En cuanto a la lucha entre cubanos, la hubo en el siglo XIX, entre patriotas y autonomistas; la hubo entre 1898 a 1902, entre independentistas y anexionistas; la hubo después de que naciera la República torcida por la Enmienda Platt, entre patriotas y plattistas; la hubo en la Revolución del 30, frustrada por nuestros ilustres vecinos; la hubo después del año del centenario del Apóstol, cuando los revolucionarios tiñeron de rojo las calles y serranías cubanas, para acabar con un tirano sanguinario que trajo el luto y la deshonra a nuestra patria. Hay y habrá lucha de clases, es la lucha entre la burguesía y sus fuerzas, contra una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes.
Tenemos que conversar, enamorar, brindar argumentos, buscar soluciones entre todos, con los jóvenes en la vanguardia, en medio de un cerco que no va a ceder, por el contrario, se acrecentará. Pero a las actuales generaciones de revolucionarios no nos van a arrancar las conquistas que nuestros padres nos legaron de pie.
Y no somos intolerantes ni irresponsables, por el contrario, en medio del acoso exterior y las provocaciones, ha prevalecido la calma y la actuación ecuánime. Eso no es señal de debilidad, por el contrario, es señal de confianza y fuerza. Mas ténganlo por seguro: de ser necesario, estamos dispuestos a entregar nuestra propia vida por los ideales de justicia e igualdad social por los que tantos y tantas cayeron, desde que el Padre de la Patria dio el grito de ¡Independencia o muerte! en Demajagua, y le dio la libertad a sus esclavos, junto con un puesto en la vanguardia del Ejército Libertador.