Los Juegos Olímpicos del Covid
Via Sin Permiso
Aún para el observador ocasional de los Juegos Olímpicos, estaba claro desde marzo de 2020 que el Comité Olímpico Internacional (COI) [cuya sede se encuentra en la bien llamada «Lausana, ciudad olímpica», en un lujoso edificio construido hace poco tiempo: Redacción A l´encontre)] estaba vendiendo una ilusión. Al anunciar su decisión de posponer los Juegos Olímpicos de Tokio, el COI dijo que los Juegos seguirían llamándose «Tokio 2020», aunque el evento se celebrara en 2021. En los tiempos que corren, resulta necesario suspender voluntariamente la realidad para no ver los intereses mortales que impusieron las Olimpíadas a una población que no estaba dispuesta a ello en medio de una pandemia sanitaria.
La celebración de los Juegos Olímpicos -el mega evento deportivo más complejo del mundo, en el que participan más de 11.000 atletas y decenas de miles de personas en tareas de apoyo- fue una idea terrible. Los profesionales de la salud pública lo tuvieron claro desde el principio. En vísperas de los Juegos, la doctora Masami Aoki, de la Asociación médica femenina de Japón, dijo: «Los Juegos Olímpicos son lo último que deberíamos tener en medio de la pandemia del Covid-19». Y añadió: «Hay que suspender los Juegos Olímpicos».
Hoy, en Tokio -y en todo Japón- asistimos al escenario de pesadilla que muchos profesionales de la salud pública habían anunciado: aumento del índice de coronavirus y hospitales al borde del abismo. El presidente del COI, Thomas Bach, en unas declaraciones ridículas, afirmó que los Juegos Olímpicos suponían un riesgo «cero» de propagación del Covid en Japón. Pero en realidad, casi todos los días se produce un nuevo récord de casos de coronavirus. Por su parte, el Primer Ministro japonés, Yoshihide Suga, afirmó que el aumento de casos no tiene nada que ver con los Juegos Olímpicos. El director ejecutivo de los Juegos de Tokio, Toshiro Muto, declaró: «Creo que hemos sido capaces de gestionar el Covid-19, hasta ahora, a un nivel acorde con las expectativas». En otras palabras, a los organizadores de las Olimpíadas no les molesta mucho que un cierto número de personas contraigan el Covid debido a los Juegos, siempre y cuando no sean demasiadas: es horrible.
El periodista deportivo de la agencia AP en Tokio, Stephen Wade, que también informó desde Río de Janeiro durante los Juegos Olímpicos de 2016, señaló en Twitter: «El COI dice que el pico de virus no tiene nada que ver con los Juegos Olímpicos. Falso. La gente sale más. Festejan las medallas obtenidas por Japón. Más tráfico en los trenes. En los bares. Los Juegos Olímpicosse terminan dentro de diez días. El COI se irá. Japón tendrá que limpiar el desorden y pagar miles de millones de dólares en facturas. El COI paga poco, recoge los beneficios y se va». [1]
Annie Sparrow, que junto con sus colegas examinó los preparativos del COI en materia de coronavirus en el New England Journal of Medicine, criticó a los barones olímpicos por poner en marcha «medidas baratas que no funcionan en lugar de métodos científicamente probados que sí son eficaces». Hoy en día, los atletas están pagando el precio, con un aumento de los casos en la Villa Olímpica, donde los atletas residen durante los Juegos. En el momento de redactar este informe, se han notificado 259 casos positivos de coronavirus en la zona olímpica desde el 1 de julio, y siguen sumándose otros. La llamada «burbuja olímpica» es otro mito rocambolesco que nos obliga a dejar de ser ingenuos. Esa burbuja -si es que alguna vez existió- estalló hace tiempo.
Cuando visitamos Tokio en julio de 2019, mucho antes de que el Covid se extendiera por todo el mundo, la principal preocupación de la gente común sobre los Juegos de Tokio era el calor sofocante y la humedad que iban a tener que soportar los participantes, en particular los atletas. La celebración de los Juegos en julio y agosto suponía someter a los atletas a un clima extremo y peligroso. Precisamente por eso, los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964 tuvieron lugar en octubre. Sin embargo, la candidatura original de Tokio afirmaba alegremente -y de forma engañosa- que «con muchos días de tiempo suave y soleado, este período brinda un clima ideal para que los atletas rindan al máximo». [2]
Que se lo digan al participante en tiro al arco olímpico que sufrió una crisis de agotamiento debida al calor extremo. O al tenista que casi no podía respirar en la cancha. O al atleta que tuvo que retirarse debido a un choque térmico y que fue evacuado en una silla de ruedas. Según Toshiro Muto, 30 personas tuvieron que ser atendidas por agotamiento debido al calor sofocante.
El COI era plenamente consciente de esta realidad. Les exigió a los atletas que firmaran una cláusula de exención de responsabilidad en la que se decía: «Reconozco que participo en los Juegos bajo mi propio riesgo y responsabilidad, incluyendo cualquier repercusión en mi participación y/o rendimiento en los Juegos, cualquier lesión corporal grave o incluso la muerte debida a la posible exposición a riesgos para la salud como la transmisión del Covid-19 y otras enfermedades infecciosas, o las condiciones de calor extremo durante mi participación en los Juegos.» La cláusula hace responsables a los atletas y exime a los organizadores de los Juegos Olímpicos de cualquier responsabilidad legal, incluso si un atleta llegara a morir a causa del coronavirus o del calor extremo.
Hay que acabar con el mito de que los Juegos Olímpicos de Tokio «le dan prioridad a los atletas». «Los atletas no son la prioridad», dijo el historiador David Wallechinsky al New York Times (17 de julio de 2021). «La televisión es la prioridad». David Wallechinsky se refiere al hecho de que la celebración de los Juegos de Tokio durante los meses de verano beneficia a la NBC -que, según algunas estimaciones, representa el 40% de todos los ingresos del COI- y a otros organismos de difusión.
Tenemos, pues, unos Juegos Olímpicos que se celebran bajo un calor sofocante, sin espectadores y con la amenaza constante de la pandemia detrás de cada movimiento de los atletas participantes, con el número de casos de coronavirus, bajo todas sus variantes, batiendo récords en todo el país cada día. Mientras tanto, algunos atletas no ayudan a que los ciudadanos japoneses puedan olvidar la pesadilla: algunos de ellos también se reúnen para beber juntos, ilegalmente. En la delegación de Estados Unidos, la historia «más destacada» podría ser la negativa del nadador Michael Andrew a usar un tapabocas.
Muchos llaman ya a estos juegos los «Juegos Pandémicos», los «Juegos Malditos» o los «Juegos Enfermos». En Japón, muchos están deseando llamarlos «terminados».
Notas
[1] En The Guardian del 24 de julio, David Goldblatt escribió: «Como en cada Olimpíada, los costos han subido y el Japón tendrá que pagar más de 30.000 millones de dólares, de los cuales el COI no pagará ni un céntimo. Además, se ha producido la habitual combinación de estadios fantasma carísimos, acusaciones de corrupción en los procesos de licitación y en la adjudicación de contratos y el desalojo forzoso de ciudadanos de sus hogares.» No se mencionan, por supuesto, las construcciones hechas con madera supuestamente sostenible -según las palabras de Thomas Bach al conceder los Juegos- que en realidad proceden de la deforestación criminal en Indonesia, en la isla de Borneo. (Redacción A l’encontre)
[2] En el New York Times del 17 de julio, John Branch dice al respecto: «Más de 1.000 japoneses murieron por causas vinculadas al calor en julio y agosto de 2018 y 2019 y varias competencias olímpicas test en Tokio hicieron que muchos atletas se enfermaran, obligando a los organizadores a modificar el calendario.» (Redacción A l’encontre)