Funte: VIENTO SUR | 25/11/2020
[Este estudio se redactó para el coloquio organizado por Georges Labica en la Universidad de Nanterre en 1995, con motivo del centenario de la muerte de Friedrich Engels. Se publicó por primera vez en la obra resultante del coloquio, Friedrich Engels, savant et révolutionnaire, dirigida por Georges Labica y Mireille Delbraccio y aparecida en 1997 por Presses Universitaires de France.]
“Parece que los grandes libros sobre la acción se los debemos a los hombres de acción que la fortuna ha privado de la suprema realización y que consiguen una sutil dosificación de compromiso y distanciamiento, todavía capaces de reconocer las ataduras y servidumbres del soldado o del político, capaces también de mirar desde fuera, no con indiferencia, sino con serenidad, la ironía de la suerte y del juego imprevisible de fuerzas que ninguna voluntad domina.”
Estas líneas de Raymond Aron en la gran obra que consagró a Clausewitz y su posteridad/1, y en la que se inspira el título de esta contribución, podrían haberse escrito, palabra por palabra, a propósito de Friedrich Engels.
El general
Hombre de acción en el terreno militar, el alter ego de Karl Marx lo fue en su juventud, breve pero resueltamente. Preparado en una instrucción de un año de duración (1841-1842) en la artillería prusiana en Berlín, donde aprovechaba los tiempos de inactividad del recluta para seguir los cursos de filosofía de Schelling y frecuentar a los críticos Jóvenes Hegelianos, el Bombardier (cabo) Engels se implicó en los combates de la revolución alemana de 1848-1849: primero en mayo de 1849, en su ciudad natal de Elberfeld, de donde no tardó en ser expulsado por temor a que el rojo que era pudiera influir en el Comité de Salud Pública local; después en junio-julio, en las filas del ejército insurreccional de Bade y del Palatinado, con cuyos restos acabó refugiándose en territorio suizo, huyendo de la ofensiva prusiana.
Engels se enroló sin hacerse ilusiones en cuanto a la suerte de los insurgentes y sin respeto alguno por la dirección de lo que él consideraba, en el fondo, una caricatura de revolución. No obstante, se mostró valiente en el combate, sobre todo para evitar toda acusación de cobardía contra los comunistas, de los que junto con Karl Marx ya era un abanderado. “El partido del proletariado estaba bastante bien representado en el ejército de Bade-Palatinado, especialmente en los cuerpos francos, como el nuestro, en la legión de los emigrados, etc. Puede desafiar tranquilamente a los demás partidos a hacer el mínimo reproche a cualquiera de sus miembros. Los comunistas más decididos eran también los soldados más valientes”/2.
Con su incursión en la lucha armada, Engels pretendía igualmente enriquecer su conocimiento de los asuntos militares, no en vano ya había sido promovido a especialista en este terreno en el reparto de tareas por parte del equipo de redacción de la Neue Rheinische Zeitung. En esta gaceta había comentado, como crítico militar revolucionario, los principales episodios armados de la primavera de los pueblos de 1848-1849. De los artículos que dedicó a Hungría, Wilhelm Liebknecht dijo más tarde que “la gente los atribuía a algún militar de alto rango del ejército húngaro”/3, del mismo modo que, diez años después, los opúsculos publicados por Engels en Berlín, sin nombrar al autor, El Po y el Rin (1859) y Saboya, Niza y el Rin (1860), se atribuirán a algún general prusiano que quería mantenerse en el anonimato/4.
El interés de Engels por las cuestiones militares no fue un capricho lúdico. Si se sumergió tan profundamente en el estudio de todo lo que en su época guardaba relación con este tema, fue porque le animaba la misma motivación que indujo a Marx a digerir todo lo que tenía que ver con la economía política: la voluntad de servir a su clase adoptiva, el proletariado; Marx, forjando las armas de la Crítica/5, Engels dedicándose a la crítica de las armas.
Desde que le instalaron en Manchester a finales de 1850, Engels siguió un programa sistemático de lectura que lo convirtió en un erudito, tanto en materia de estrategia como de historia militar. Paralelamente a esta preparación intelectual se preocupó de mantener sin tregua su capacidad física para volver, cuando hubiera sonado la hora, a la intervención sobre el terreno. Todavía a la edad de 64 años, un año y medio después de la muerte de Marx, contestó a uno de sus corresponsales, inquieto por sus problemas de salud, ofreciendo un balance de su aptitud para montar a caballo y participar en la guerra/6. “Si se hubiera producido una revolución mientras estaba vivo, habríamos tenido en Engels a nuestro Carnot, pensador militar, organizador de nuestros ejércitos y de nuestras vitorias”, había afirmado Liebknecht/7, tras la muerte de quien se dirigía a los dirigentes del socialismo alemán “como representante, por decirlo así, del estado mayor general del partido”/8.
La fortuna privó a Engels de esta suprema realización. Jamás tuvo ocasión de poner en práctica los planes militares que había concebido, desde el que, todavía novato, urdió para los insurgentes de 1849, hasta el que, convertido en experto militar reconocido, por lo visto elaboró, 22 años más tarde, para el gobierno francés republicano con miras a la defensa de París frente al ejército prusiano. Contrastó su erudición militar, potenciada por su gran inteligencia y sus destellos de genialidad, con el análisis de todas las guerras de un medio siglo que conoció muchas. Y a falta de una demostración práctica en el campo de batalla, sus comentarios sobre la guerra franco-alemana de 1870-1871 para la Pall Mall Gazette de Londres, con una agudeza que suscitó la admiración del público y de los expertos, le valieron a Engels los galones de general, título que le otorgó afectuosamente la familia de Marx. Durante el último cuarto de siglo de su existencia siguió siendo el general para su círculo íntimo.
El teórico militar
La notoriedad de Engels como pensador de la guerra se consolidó a partir de mediados del siglo XX, sobre todo entre quienes se interesan por el arte de la guerra y su historia. Sin embargo, la razón de esta fama no siempre es la mejor que quepa desear, en la medida en que a menudo se ha querido ver una filiación entre el pensamiento de Engels y las doctrinas militares soviéticas, al amparo de las profesiones de fe con que se adornaban estas últimas. Todavía hoy no hay obra seria sobre las etapas del pensamiento estratégico que pueda pasar por alto al compañero de Marx: del clásico de Edward Mead Earle/9, donde se dedica un capítulo a Marx y Engels (sobre todo a este último), firmado por Sigmund Neumann/10, a la reciente antología voluminosa de Gérard Chaliand/11, pasando por la obra del coronel profesor israelí Jehuda Wallach/12. Este último distingue, en Engels, entre lo que constituye, a su juicio, una doctrina de la guerra revolucionaria y los escritos militares de corte más clásico. De estos últimos, doblemente experto, establece el siguiente balance sucinto:
“Los escritos militares importantes de Engels, que hasta ahora no se han estudiado a fondo, tratan (…) de todos los ámbitos de la ciencia de la guerra. Escribió sobre las cuestiones de la organización y del armamento, sobre la evolución del arte de la guerra en la época de la revolución industrial, sobre los aspectos militares de la política internacional, sobre la estrategia y la táctica, así como sobre el mando y la calidad de los generales. Formuló asimismo pronósticos proféticos sobre la guerra del futuro (que se verificaron, en efecto, en la Primera Guerra mundial). Sobre numerosas cuestiones fue más perspicaz que los militares profesionales. (…) En sus escritos anónimos sobre la situación militar en Europa del oeste y del sudoeste, Engels elaboró un plan que, 45 años después, fue bautizado con el nombre de Schlieffen. Demostró por qué este plan alemán estaría condenado al fracaso en una guerra contra Francia. Profetizó con la máxima precisión la duración de la próxima guerra mundial, la magnitud de las pérdidas y las condiciones en las que concluirá”/13.
Que Engels haya sido uno de los grandes pensadores de la guerra en el siglo XIX está fuera de discusión para quienquiera que conozca esta parte importante de la masa voluminosa de sus escritos. Constituye, sin ninguna duda, una referencia ineludible para la historia militar de su época. Que sea una referencia estratégica para la nuestra es mucho menos seguro, si por ello se entiende una doctrina de la guerra en general, siquiera incluso de la guerra revolucionaria en particular. Tras la estela de Clausewitz, a quien apreciaba, y menos todavía que este último, no trató de elaborar una teoría sistemática de la guerra, sino que se limitó a comentar las guerras y situaciones reales, en las condiciones concretas de su desarrollo, a riesgo de corregir de paso sus propias concepciones/14.
Definir una doctrina engelsiana de la guerra revolucionaria que fuera original con respecto a las enseñanzas de 1793 y de las guerras napoleónicas, y que hubiera tenido su continuación en Lenin, Trotsky, Mao Tse-Tung y/o el estado mayor soviético, corresponde siempre a una labor de sistematización a posteriori, combinando consideraciones militares con reflexiones generales sobre la revolución. Esta clase de elaboración se asemeja muy poco a la manera en que Engels concibió su actividad de pensador militar y a la aversión que desarrolló, a lo largo de los años, contra toda forma de dogmatismo. ¿Cómo podría haberse visto tentado por cualquier sistematización en materia de doctrina militar cuando subrayaba siempre la aceleración vertiginosa del progreso de las técnicas bélicas, que produce armas que a veces “envejecen antes de ser lanzadas”/15?
El interés principal del pensamiento sobre la guerra en Engels consiste en indagar más allá de las recetas propiamente militares, aunque fueran las de la guerra revolucionaria. Se sitúa más bien en su tratamiento de problemas cruciales para el movimiento obrero, que son su actitud frente a las guerras no revolucionarias, la articulación entre guerra y revolución y la posibilidad de una estrategia de la revolución que no dependa de la guerra. En nuestra época, en que la guerra directa entre potencias industriales es tan “improbable”, por retomar la expresión de Raymond Aron, como indeseable en grado sumo, este es el punto en que Engels, como pensador de la guerra y estratega de la revolución socialista, conserva toda su actualidad. En este sentido, como se trata de demostrar aquí brevemente, su pensamiento sobre la guerra y la revolución anticipó cuestiones de nuestro siglo y conservará tal vez por mucho tiempo todavía su actualidad.
La actitud frente a las guerras
Marx y Engels vivieron un periodo de profunda mutación del mundo, el de la gestación de la sociedad industrial moderna y de su extensión a la Europa continental y a sus tierras de inmigración masiva, la época, por tanto, de la profunda dualización del planeta, que sigue marcando, por desgracia, el tiempo en que vivimos. Según el análisis de su posteridad intelectual y en sus propios términos, fueron coetáneos de la maduración del sistema mundial imperialista, sin conocer verdaderamente el momento en que se completó. Engels, según este mismo análisis, murió en plena fase crítica de esta mutación histórica.
Los dos teóricos de la revolución proletaria vivieron así en una era que, en su mayor parte, fue todavía la de la culminación de la transformación burguesa de Europa, una época en que el continente se desprendía aún de su largo pasado agrario y feudal. Las guerras que conocieron fueron ante todo la expresión de esta primera mutación. Es cierto que las mismas y otras fueron también, en parte o en su totalidad, guerras de conquista, prefigurando la apoteosis de la guerra de rapiña que iba a ser la Primera Guerra mundial. La guerra de la Alemania de Bismarck contra la Francia de Luis-Napoleón en 1870 fue el último gran testigo de la ambivalencia de aquel periodo de transición histórica. Combinó, en el lado alemán, una guerra de defensa y consolidación de la unidad alemana –tarea eminentemente progresiva a los ojos de Marx y Engels, por mucho que se llevara a cabo, muy a su pesar, bajo la égida de la monarquía prusiana– y una guerra de conquista que se traducirá en la anexión de Alsacia y gran parte de Lorena.
Marx y Engels modularon por tanto sus actitudes ante las guerras reales de su época en función de un análisis de su significado histórico objetivo, llegando incluso a distinguir en el mismo protagonista, en la misma guerra que acaba de evocarse, entre una fase emancipadora, que merecía un apoyo pasivo, por no decir activo, y una fase opresora, en la que había que solidarizarse con el bando contrario, por mucho que la política que presidía la guerra no hubiera cambiado para nada en el camino.
En efecto, y esta es una característica importante de su problemática común, nuestros dos pensadores no se atuvieron a la célebre fórmula de Clausewitz, que Lenin popularizaría más que nadie. No es por desconocerla que no se apasionaron por ella tanto como este último. Para ellos, lo importante no era de qué política era la continuación una guerra concreta, sino ante todo y sobre todo de qué movimiento histórico subyacente era portadora. Para los fundadores del materialismo histórico, teóricos de la falsa conciencia ideológica, no se podía juzgar una guerra a la luz de la subjetividad política de quienes la libraban. Su juicio, desde lo alto de su tribunal de escrutadores de las metamorfosis de la estructura socioeconómica, se basaba en el efecto objetivo de la guerra sobre la liberación de las fuerzas productivas de las trabas sociales o políticas que limitan su desarrollo/16.
Con el crecimiento cada vez más rápido e impresionante del movimiento obrero, sobre todo en Alemania, la traducción prioritaria del criterio de valoración pasó a ser, a juicio de Marx y Engels, el efecto de la guerra en este movimiento, portador de la suprema emancipación. Desde este punto de vista muy preciso, la anexión de Alsacia-Lorena por Alemania constituyó un cambio importante en su apreciación común de la relación entre guerra y revolución en el corazón de Europa (y no de las guerras periféricas sin consecuencias inmediatas para el peligro de deflagración central). Dicha anexión, en efecto, era un hecho susceptible de abrir una brecha entre los dos batallones de choque del proletariado europeo, alimentando el chovinismo de uno y otro lado. Encerraba en su seno una nueva guerra, a la que se vería arrastrado el resto de Europa y que sería tanto más terrible y nefasta cuanto que en ella se degollarían entre sí los proletarios de todos los países.
Este era el sentido de aquel Mane, Tecel, Fares que resultó ser la advertencia contenida en los Manifiestos del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores sobre la guerra franco-alemana, redactados por Marx en julio y septiembre de 1870, y sin duda concebidos junto con Engels:
“Si la clase obrera alemana permite que la guerra actual pierda su carácter estrictamente defensivo y degenere en una guerra contra el pueblo francés, el triunfo o la derrota serán igualmente desastrosos/17. (…) Tras un breve respiro, [Alemania] deberá prepararse de nuevo para otra guerra defensiva, no una de esas guerras localizadas de nuevo estilo, sino una guerra de razas, una guerra contra las razas latina y eslava coaligadas”/18.
Por lo demás, en la medida en que la guerra entre potencias europeas no alcanzó un nivel tecnológico que otorgara a la “escalada a los extremos” y a la “destrucción del enemigo” un sentido mucho más literal y total que lo que Clausewitz jamás hubiera podido imaginar, podía contemplarse más o menos serenamente como una modalidad de violencia partera de progreso social, según los términos del Capital de Marx retomados por Engels en su Anti-Dühring. Con la loca carrera de armamentos que desencadenó la situación producida por la guerra de 1870 y el formidable incremento cuantitativo y cualitativo de los medios de destrucción acumulados por la potencias europeas, toda explosión generalizada en el corazón del sistema mundial pasaba cada vez más a convertirse en portadora de catástrofes, más que parturienta de revoluciones. Dicho de otro modo, incluso si tal guerra desembocara, en un plazo más o menos largo, en una transformación revolucionaria, habrá sido el peor medio para conseguirlo, al precio de una hecatombe y de una gigantesca destrucción de las fuerzas productivas.
El profeta de la guerra mundial
“Engels no fue en modo alguno el único pensador político de la época alarmado por esta evolución, pero yo sostendría que ningún otro en su tiempo previó como él la totalidad de lo que llamamos la guerra total.” Esta constatación es de un pacifista, poco sospechoso de simpatizar a priori con el marxismo/19. Y no es exagerado decir, al igual que el coronel Wallach antes citado, que Engels profetizó el perfil de la Primera Guerra mundial. Cómo calificar, en efecto, si no de proféticas, estas líneas de Engels escritas a finales de 1887:
“No puede haber otra guerra, para Prusia-Alemania, que una guerra mundial, es decir, una guerra mundial de una amplitud y una violencia jamás imaginadas hasta ahora. De ocho a diez millones de soldados se degollarán entre ellos y al hacerlo devastarán toda Europa como jamás lo ha hecho un enjambre de langostas. Las devastaciones de la guerra de los Treinta Años, concentradas en tres o cuatro años, y esparcidas por todo el continente; hambre, epidemias, embrutecimiento generalizado de los ejércitos y de las masas populares debido a la miseria aguda; caos irremediable de nuestro mecanismo artificial en el comercio, la industria y el crédito, llevando a la bancarrota general; hundimiento de los viejos Estados y de su saber hacer estatal tradicional, de modo que las coronas rodarán por decenas sobre el pavimento, y no se hallará a nadie que las recoja; imposibilidad absoluta de prever cómo acabará todo esto y quién saldrá vencedor en este combate; un único resultado está absolutamente claro: el agotamiento general y la creación de las condiciones de la victoria final de la clase obrera. – Esta es la perspectiva cuando el sistema de la puja mutua en el armamento bélico llevada al colmo dé inevitablemente sus frutos”/20.
No falta nada, ni siquiera el establecimiento de las condiciones de la revolución proletaria, que estallará en Rusia, Alemania y Hungría, y será derrotada en estos dos últimos países. Engels preveía que estas condiciones se darían en el bando de los vencidos a raíz de la derrota de sus ejércitos. No por eso deseó, sin embargo, que estallara la guerra, no solo porque no comulgaba con la política del cuanto peor, mejor. Era sobre todo porque el mero hecho del comienzo de la guerra sería, a su juicio, la prueba irrefutable del fracaso de los partidos socialistas, y por tanto un mal augurio para su porvenir.
Su deber era oponerse resueltamente a la guerra, hasta el punto de que sus gobiernos la temieran. Si estos decidieran de todos modos embarcarse en ella, sería porque tendrían garantías de realizar la unión sagrada en torno a ellos. Asoma ahí un pesimismo inquieto en las cartas de Engels a sus camaradas, que contrasta netamente con el optimismo revolucionario escatológico que muestra todavía en los textos públicos. En caso de guerra mundial no estará asegurada más que la barbarie, no la victoria del socialismo, explicó en 1886.
“En suma, habrá un caos con un único resultado seguro: una masacre colectiva de una amplitud sin precedentes, el agotamiento de toda Europa en un grado jamás alcanzado anteriormente y, finalmente, el hundimiento completo del antiguo sistema. Un éxito inmediato para nosotros solo podría derivarse de una revolución en Francia (…). Una conmoción en Alemania a raíz de una derrota solo sería útil si llevara a la paz con Francia. Lo mejor sería una revolución rusa, que de todos modos solo cabe esperar después de varias graves derrotas del ejército ruso. Una cosa es cierta: la guerra comportaría de entrada una regresión de nuestro movimiento en toda Europa, lo paralizaría completamente en varios países, atizaría el chovinismo y la xenofobia y nos ofrecería nada más que una certeza, entre las numerosas incertidumbres, la de tener que empezar todo de nuevo después de la guerra, si bien sobre una base mucho más favorable incluso que hoy en día”/21.
El pronóstico de Engels con respecto a las consecuencias de la guerra era aún más claramente pesimista, y por tanto más justamente profético, en 1889:
“En cuanto a la guerra, para mí es la eventualidad más terrible. De lo contrario me mofaría no poco de las veleidades de la señora Francia. Pero una guerra en que habrá de 10 a 15 millones de combatientes, una devastación inaudita tan solo para alimentarlos, una supresión forzada y universal de nuestro movimiento, el recrudecimiento de los chovinismos en todos los países y al final un debilitamiento diez veces peor que después de 1815, un periodo de reacción basada en la inanición de todos los pueblos exangües –todo esto frente a las escasas posibilidades de que de esta guerra encarnizada se derive una revolución–, esto me horroriza. Sobre todo para nuestro movimiento en Alemania, que sería derrotado, aplastado, extinguido por la fuerza, mientras que la paz nos ofrece la victoria casi cierta”/22.
Son estos los criterios y pronósticos que determinaron el posicionamiento del viejo Engels hasta el fin de sus días. Ni algún sesgo patriótico alemán ni su notoria antipatía por las “pequeñas hordas primitivas” de los Balcanes, incluso desprovista de su tonalidad hegeliana original, sino el efecto descontado de toda guerra real o potencial para el futuro del movimiento obrero europeo, ante todo con la preocupación casi obsesiva de evitar la catástrofe que veía despuntar en el horizonte. Esto es lo que explica la inversión de la ecuación guerra-revolución en Engels, a partir de 1871, como demostró muy bien Martin Berger: “Así, Engels, quien había preconizado anteriormente la guerra como catalizadora de la revolución, glorificaba ahora la revolución como medio para evitar la guerra”/23.
Prevenir la guerra mundial
Prevenir la guerra mundial, preparar la revolución: esta fue, en cierto modo, la consigna de Friedrich Engels.
“Debemos contribuir a la liberación del proletariado de Europa occidental y debemos subordinar todo lo demás a este objetivo. Y puede que los eslavos de los Balcanes, etc., sean también dignos de interés, pero a partir del momento en que su ansia de liberación entre en conflicto con el interés del proletariado, ¡que se vayan al diablo! Los alsacianos también están oprimidos (…). Pero si en vísperas de una revolución que se acerca visiblemente provocaran una guerra entre Francia y Alemania, si quisieran de nuevo exasperar a estos dos pueblos, aplazando así la revolución, yo les diría: ¡alto ahí! Vosotros también podéis aguardar tanto como el proletariado europeo. Si este se libera, también vosotros seréis libres, pero mientras tanto no toleraremos que pongáis trabas al proletariado en lucha. Lo mismo para los eslavos. La victoria del proletariado los liberará efectiva y necesariamente, y no en apariencia y temporalmente, como lo haría el zar. (…) Encender a causa de unos cuantos hercegovinos una guerra mundial que costará miles de veces más vidas que habitantes hay en toda Hercegovina, no es así como entiendo la política del proletariado”/24.
Este era asimismo el sentido del famoso texto de Engels de 1891 sobre El socialismo en Alemania. Inquieto ante la perspectiva de una guerra franco-rusa contra Alemania, que parecía harto plausible en el momento en que escribía su artículo, el padre espiritual de los socialistas alemanes puso en guardia a sus camaradas franceses contra cualquier apoyo a una empresa revanchista de su gobierno en alianza con el zar. Matizando, denunció la anexión de Alsacia-Lorena y declaró que prefería la república burguesa francesa al imperio alemán, pero explicó al mismo tiempo que en caso de alianza con Rusia, la guerra contra Alemania no podía tener sino un contenido reaccionario. El socialismo alemán pagaría seguramente los platos rotos, en caso de victoria rusa, aplastado por el enemigo de fuera o por el enemigo de dentro/25.
En la hipótesis concreta de tal victoria, es decir, de una invasión franco-rusa de Alemania, Engels justificaba por tanto un defensismo socialista alemán, pero un defensismo de carácter muy particular, un defensismo revolucionario, pues el modelo invocado es el mismo que inspiró a los comuneros de París en 1871: el modelo de 1793. Dicho esto, continuó, “ningún socialista, de cualquier país, puede desear el triunfo bélico, sea del actual gobierno alemán, sea de la república burguesa francesa; aún menos el del zar (…). Por eso los socialistas reclaman en todas partes que se mantenga la paz”. La socialdemocracia alemana, en 1914, quiso ver en este artículo una legitimación de su defensismo patriótico. Para ello tuvo que desnaturalizar profundamente y restar importancia al enfoque global de Engels en que se enmarcaba/26. Por cierto que este lo había escrito con cierta reticencia, como atestigua su correspondencia, con la mera finalidad de armar a los socialistas franceses frente a la tentación del revanchismo: es a ellos a quien se dirigía (¡en francés!), no lo olvidemos/27.
Preparar la revolución, prevenir la guerra mundial: si esta era la consigna, evidentemente no bastaba con plantearla mediante reflexiones sobre situaciones hipotéticas en las que la primera nacería de la segunda, encima con escasa probabilidad (“poco probable”). Había que actuar urgentemente a favor de una y en contra de la otra, y por tanto buscar temas en torno a los cuales fuera posible traducir la consigna en acción. En ambos casos, el gran táctico militar y político que era Engels buscaba pasarelas practicables en pos del objetivo estratégico.
Para la lucha contra la guerra mundial y por la paz, rechazó como ilusorios los brillantes proyectos de huelga general e insubordinación en caso de guerra, propuestos por Domela Nieuwenhuis (igual de brillantes que la resolución del Congreso de Basilea de la IIª Internacional, en 1912, que amenazó con transformar la guerra en revolución y de la que ya conocemos la suerte que le reservó la historia). Los socialistas no podían adoptar esas frases pomposas cuando estaban borrando de su programa objetivos bastante menos radicales por miedo a ofrecer un flanco a la represión. Tampoco podían tener alguna eficacia real frente a una maquinaria de guerra.
Engels formuló por tanto su propia propuesta, deseoso de ajustarse a la exigencia de realismo y al mismo tiempo también al objetivo revolucionario. La solución que halló se expone en los artículos que escribió en 1893 para Vorwärts y que agrupó acto seguido en un folleto titulado ¿Es posible el desarme de Europa? El experto militar socialista proponía “la reducción gradual de la duración del servicio militar mediante un tratado internacional”/28, con el propósito declarado de transformar con el tiempo los ejércitos permanentes en “milicia basada en el armamento universal del pueblo”. Explicaba su planteamiento de este modo:
“Trato de demostrar que esta transformación es posible ahora mismo, incluso para los gobiernos actuales y en la presente situación política. (…) De momento solo propongo medidas que puedan ser adoptadas por todo gobierno actual sin poner en peligro la seguridad nacional. Simplemente intento dejar claro que, desde el punto de vista puramente militar, no hay absolutamente nada que impida la abolición gradual de los ejércitos permanentes; y que, si de todos modos se mantienen esos ejércitos, es por razones políticas y no militares, es decir, que los ejércitos están destinados a la protección no tanto frente al enemigo exterior como frente al enemigo interior”/29.
Así, partiendo de lo que habría sido objetivamente posible, de tomarse en serio las intenciones puramente defensivas de que hacían gala los gobiernos, Engels demostraba, con toda la riqueza y la garantía de su ciencia militar, que su propuesta era plenamente compatible con las exigencias de la defensa nacional (su alegato estaba dirigido al Reichstag). Consciente de que el desarme unilateral no tenía ninguna posibilidad de ser adoptado en la Europa de su tiempo, Engels, siempre deseoso de no abandonar el realismo, proponía iniciar una dinámica de desarme mediante un tratado internacional, destacando el interés de Alemania, como ventaja moral o psicológica, por emprender la vía de una puja pacifista, añadiendo así otra dimensión a la actualidad de su pensamiento sobre la guerra.
Si los gobiernos atendían a su propuesta, habría frenado la carrera de armamentos o puesto en marcha un proceso de desarme a escala europea, conjurando de este modo el peligro de guerra. En cambio, si la rechazaban –la hipótesis más probable, por supuesto–, habría tenido de todos modos el mérito de denunciar la función real de las armas y de contribuir así a la educación de las masas contra el militarismo y el chovinismo. A condición, desde luego, de que los partidos socialistas hicieran valer la propuesta en su agitación, cosa que no ocurrió/30.
Engels preconizaba desde hacía tiempo el servicio militar universal (solo para los hombres, dentro de los límites sexistas de la época) y la evolución asintótica/31 hacia la abolición del ejército permanente y su sustitución por un sistema de milicia popular. Su principal preocupación consistía en preparar la revolución y prevenir la contrarrevolución, como explicó en 1865 en su primera intervención en nombre del partido obrero en el debate prusiano sobre el ejército: “Cuantos más obreros haya que sepan manejar las armas, tanto mejor. El servicio militar universal es el complemento necesario y natural del sufragio universal; capacita a los electores para imponer sus decisiones, con las armas en la mano, frente a todo intento de golpe de Estado”/32. Ahora se añadía el deber de prevenir la gran guerra, de manera que las dos preocupaciones de Engels convergían en un mismo terreno, el del ejército, pieza maestra de la estrategia revolucionaria desarrollada por Engels.
La estrategia revolucionaria y el ejército
Tras la derrota sanguinaria de los obreros parisinos a manos de Cavaignac, en junio de 1848, Engels comprendió perfectamente que se había vuelto una página en la historia de las revoluciones. Como escribió en 1852, “se había demostrado que la invencibilidad de una insurrección popular en una gran ciudad era una ilusión (…). El ejército volvía a ser el poder decisivo del Estado…”/33. Esta misma lección de la historia la reiteró todavía al final de su vida, en la famosa Introducción de 1895/34 a la reedición de la obra de Marx sobre Las luchas de clases en Francia, que, mutilada cuando aún estaba vivo, fue tantas veces desnaturalizada durante el siglo transcurrido tras su muerte.
Por tanto, Engels ya adquirió en 1848 la convicción, reforzada con el paso de los años, de que la suerte de la revolución social vendrá determinada por su capacidad de neutralizar al ejército burgués. Hasta 1871 podía prever con optimismo, en particular con respecto a Alemania, un proceso inspirado en 1793, en el que el ejército se habría visto debilitado, por no decir derrotado, en el transcurso de un enfrentamiento exterior, de suerte que los revolucionarios habrían podido ponerse a la cabeza de “la patria en peligro”. Por las razones ya explicadas, la guerra franco-prusiana y el aplastamiento sangriento de la Comuna de París en 1871 llevaron a Engels a cuestionar el modelo guerra-revolución, con consecuencias dramáticas e imprevisibles, y a preferir de lejos la estrategia de división del ejército burgués desde dentro.
“El militarismo domina y devora a Europa. Pero este militarismo también lleva en su seno el germen de su propia ruina. La competencia entre los distintos Estados les obliga, por un lado, a gastar cada año más dinero para el ejército, la flota, los cañones, etc., y por tanto a acelerar cada vez más el colapso financiero y, por otro lado, a plantearse cada vez más seriamente el servicio militar obligatorio y, a fin de cuentas, a familiarizar al pueblo en general con el manejo de las armas, y por tanto a capacitarle para imponer en un momento dado su voluntad frente al poder del mando militar. Y ese momento llegará cuando la masa del pueblo –obreros de la ciudad y el campo y campesinos– tenga una voluntad. Entonces, el ejército dinástico se convierte en ejército popular; la máquina deja de funcionar, el militarismo muere víctima de la dialéctica de su propio desarrollo. (…) Y esto significa el estallido desde dentro del militarismo y con él, de todos los ejércitos/35.
A partir de entonces, quebrar el ejército burgués no solo era una tarea insoslayable de la revolución proletaria, como había demostrado la Comuna a los ojos de Marx y Engels. Era también, según la concepción estratégica elaborada por Engels, la condición sine qua non del triunfo de la revolución, sin la cual esta abortaría en un baño de sangre. Era finalmente una tarea realizable con medios políticos, en la medida en que ante el proletariado se abrían de par en par las puertas de la acción política y de la organización legal, mientras que la ósmosis entre los ejércitos y las poblaciones aumentaba notablemente con la generalización de la conscripción. Esto otorgaba a la influencia de los socialistas en el ejército una importancia crucial y decisiva. Y cuanto más crecen los ejércitos, tanto más resultaba imperativo que este precepto revolucionario, recalcado sin cesar por Engels hasta el final de sus días y retomado después por Lenin y la Internacional Comunista, fuera asimilado/36.
Si no se tiene presente esta idea fuerza del pensamiento estratégico revolucionario de Engels, no se puede sino malinterpretar el sentido de los textos públicos que escribió en los últimos años de su vida, cuando no tenía más remedio que expresarse dentro de ciertos límites y a menudo por alusión. Esto se debía, por un lado, a que entonces temía que los espectaculares avances del movimiento obrero alemán fueran aniquilados por un golpe de Estado reaccionario o una nueva ley contra los socialistas/37, precisamente porque estos últimos todavía no estaban todavía preparados para el enfrentamiento al no contar aún con una influencia suficiente en el ejército. Por otro lado, dado que debía tener en cuenta, para que esos mismos socialistas le publicaran, su miedo a la represión y su culto a la legalidad, que estigmatizó tan severamente cuando le mutilaron su Introducción de 1895 a pesar de todas sus precauciones semánticas/38.
Por cierto, si Engels, apasionado de la historia militar (como de la historia a secas), solía citar la célebre frase de los franceses en Fontenoy (1745): “Señores ingleses, ¡disparen ustedes primero!”, aplicándola a los señores burgueses, es porque consideraba que el tiempo y la legalidad jugaban a favor de los socialistas y sabía perfectamente, por tanto, que pronto o tarde la burguesía reaccionaría violando sus propias leyes. “No cabe duda, serán los primeros en disparar”/39. Entonces los socialistas cosecharán lo que habrán sembrado, es decir, la revolución. “Cuántas veces no nos han conminado los burgueses a renunciar para siempre al empleo de medios revolucionarios, a mantenernos dentro de la legalidad (…). Por desgracia para ellos, no es nuestra intención complacer a los señores burgueses. Lo que no impide que de momento no es a nosotros a quien mata la legalidad. Trabaja tan bien para nosotros que estaríamos locos si nos saliéramos de ella mientras dure/40.
De momento, el proletariado debe librar una guerra de posiciones, podría haber dicho Engels, cuya formulación de 1895 parece remitir directamente a la metáfora militar que retomará más tarde, después de otros, Antonio Gramsci/41. Hace falta, escribió, que el proletariado “progrese lentamente de posición en posición en un combate duro, obstinado”. Esto es posible porque “las instituciones de Estado en que se organiza la dominación de la burguesía todavía ofrecen nuevas posibilidades de utilización que permiten a la clase obrera combatir a esas mismas instituciones de Estado”/42.
“El tiempo de los golpes de mano, de olas revoluciones ejecutadas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, pertenece al pasado. Cuando se trata de una transformación completa de la organización de la sociedad, es preciso que en la tarea cooperen las propias masas, que estas hayan comprendido de qué se trata, el motivo de su intervención (con su cuerpo y con su vida). […] Pero para que las masas comprendan qué hay que hacer, es necesaria una labor prolongada y perseverante […]. En todas partes se ha imitado el ejemplo alemán de utilización del derecho de voto, de la conquista de todos los puestos a los que podemos acceder, en todas partes el inicio del ataque sin preparación pasa a un segundo plano. Mantener sin cesar este crecimiento hasta que por sí mismo sea más fuerte que el sistema gubernamental en el poder, no utilizar en los combates de vanguardia esas tropas de choque que se refuerzan día a día, sino conservarlas intactas hasta el momento decisivo, esta es nuestra tarea principal”.
Porque en caso de “sangría” como la de 1871 en París, “las tropas de choque tal vez no estén disponibles en el momento crítico, el combate decisivo se retrasaría, se alargaría y vendría acompañado de mayores sacrificios/43. Así, la guerra de posiciones no era para Engels otra cosa que una larga y paciente preparación de la mejor relación de fuerzas, con vistas al “momento crítico” en que la guerra de movimiento volverá a un primer plano de cara al “combate decisivo”.
El arte de la insurrección
“¿Quiere decir esto que en el futuro el combate callejero ya no desempeñará papel alguno? En absoluto. Quiere decir simplemente que desde 1848 las condiciones se han vuelto mucho menos favorables para los combatientes civiles y mucho más favorables para las tropas. Un combate callejero, por tanto, solo podrá ser victorioso en el futuro si esta inferioridad se ve compensada por otros factores. De modo que se producirá más raramente al comienzo de una gran revolución que en el transcurso del desarrollo de esta, ya que hará falta emprenderlo con el grueso de las fuerzas”/44.
Por otros factores susceptibles de compensar la inferioridad de los civiles en los combates callejeros, Engels entendía, sin lugar a dudas, la influencia de los socialistas en el seno del ejército, gracias a su labor política previa. Cuando en 1891 describió, en francés, con una gran libertad de expresión, el avance espectacular de los resultados electorales de sus camaradas alemanes, precisó acto seguido que “los votos de los electores están lejos de constituir la fuerza principal del socialismo alemán”; esta, explicó, está constituida por los soldados, por el hecho de que “el ejército alemán está cada vez más contagiado de socialismo”/45.
¿Significa esto que Engels proponía ganar tiempo hasta que los socialistas se hubieran hecho con el ejército? ¿Presenta su estrategia revolucionaria, en este punto, una importante laguna? Esto es lo que parece creer Martin Berger, quien a pesar de situar bien el lugar del ejército en la estrategia de Engels, la llama “Teoría del ejército evanescente” (Theory of the Vanishing Army) y la califica de “doctrina esencialmente pasiva”/46. Según la interpretación de Berger, la doctrina de Engels consistía en esperar a que, en un proceso natural, hubiera “el número necesario de socialistas” en el ejército para que este “desapareciera” por sí solo/47. La lucha por la conquista del ejército preconizada por Lenin parece, según Berger, “ajena a la visión de Engels”.
Es más bien esta interpretación la que es ajena a la visión de Engels. Lenin en 1906, en el artículo citado por Berger, Las enseñanzas de la insurrección de Moscú, no hizo más que subrayar la idea, a fin de cuentas clásica, según la cual el uso de la fuerza por parte de los insurgentes y su determinación pueden lograr que las tropas indecisas se pasen a su bando/48. Engels no dijo nada distinto a este respecto, en su Introducción de 1895:
“No nos hagamos ilusiones al respecto: una verdadera victoria de la insurrección sobre las tropas en el combate callejero, una victoria como en la batalla entre dos ejércitos, es una cosa de las más raras. Por cierto que también es raro que los insurgentes se lo hayan planteado. Para ellos no se trataba más que de ablandar a las tropas influyendo en ellas moralmente (…). Si lo lograban, la tropa se niega a movilizarse o ruedan las cabezas de los jefes, la insurrección ha triunfado. Si no lo consiguen, entonces –incluso con tropas inferiores en número– lleva las de ganar la superioridad del equipamiento y de la instrucción, de la dirección única, del empleo sistemático de las fuerzas armadas y de la disciplina. Lo más que puede esperar la insurrección en una acción verdaderamente táctica, es la construcción correcta y la defensa de una barricada aislada. (…) La resistencia pasiva es, por consiguiente, la forma de lucha predominante; la ofensiva, juntando las fuerzas, realizará –cuando se brinde la ocasión, pero de manera puramente excepcional– avances y ataques por el flanco, pero en general se limitará a la ocupación de las posiciones abandonadas por las tropas que se baten en retirada. (…)
Incluso en la época clásica de combates callejeros, la barricada tenía por tanto un efecto más moral que material. Era un medio para quebrar la firmeza de los soldados. Si resistía hasta que esta última flaqueara, la victoria era cosa hecha; de lo contrario, habíamos perdido. Este es el aspecto principal que igualmente hay que tener en mente en el futuro cuando se examine la posibilidad de eventuales combates callejeros”/49.
Sin embargo, en el futuro, cuando las fuerzas de la revolución hayan conseguido ganarse previamente la simpatía de gran parte de los soldados, pudiendo compensar así su inferioridad militar, y cuando tengan que emprender un combate callejero, al comienzo de la revolución o en el transcurso de la misma, “preferirán sin duda el ataque abierto que no la táctica pasiva de la barricada”/50. El viejo Engels enlazaba así con las célebres líneas que, 43 años antes y captando ya perfectamente los aspectos militares del cambio de época revolucionaria, había escrito sobre el arte de la insurrección, esas mismas líneas en que se apoyaba Lenin y que tanto solía citar. ¿Qué mejor demostración de la notable continuidad de un pensamiento estratégico dedicado plenamente a la revolución, como fue la vida misma de los dos compadres barbudos cuyo fantasma no deja de recorrer el mundo?
“En primer lugar, no juguéis nunca con la insurrección si no estáis absolutamente decididos a afrontar todas las consecuencias de vuestro juego. La insurrección es un cálculo con magnitudes muy indeterminadas, cuyo valor puede variar todos los días; las fuerzas del adversario tienen todas las ventajas de la organización, de la disciplina y del hábito de la autoridad; si no podéis oponerles fuerzas muy superiores, estáis derrotados, habéis perdido. En segundo lugar, una vez iniciado el acto insurreccional, hay que actuar con la máxima determinación y de manera ofensiva. La defensiva es la muerte de todo levantamiento armado; está perdido antes de haberse medido con sus enemigos. Atacad a vuestros adversarios por sorpresa, mientras sus fuerzas estén dispersas, preparad nuevos éxitos, por pequeños que sean, pero cotidianos; mantened la moral alta que os ha dado el primer levantamiento victorioso; poned así de vuestro lado a los elementos vacilantes que siempre siguen la impulsión más fuerte y tratan siempre de ponerse del lado más seguro; forzad a vuestros enemigos a batirse en retirada antes de que hayan podido reunir a sus fuerzas contra vosotros, diciendo junto con Danton, el mayor maestro de política revolucionaria conocido hasta hoy: Audacia, audacia y más audacia”/51.
Traducción: viento sur
Notas
1/ Penser la guerre, Clausewitz, Gallimard, París, 1976. La cita figura en el tomo I, L’âge européen, pp. 32-33. [Edición en castellano: Pensar la guerra, Clausewitz, Ministerio de Defensa, Madrid 1993]
2/ Engels, Die deutsche Reichsverfassungskampagne, 1850, en MEW (Marx Engels Werke), t. 7, p. 185.
3/ “Friedrich Engels” (1897), en Souvenirs sur Marx et Engels, Editorial Progreso, Moscú, 1982, p. 151.
4/ Para favorecer la causa revolucionaria común, Engels, fervientemente apoyado por Marx, había intentado influir en los militares austriacos y prusianos, rechazando el principio de las fronteras naturales con un enfoque militar-político y desde el punto de vista del interés nacional alemán. Demostró que Alemania no tenía ninguna necesidad de invadir territorio italiano para defenderse, tratando de establecer la convergencia de intereses entre los movimientos de unificación de ambas naciones. Demostró asimismo la naturaleza ofensiva reaccionaria de los propósitos expansionistas de Napoleón III y formuló consideraciones militares sobre una eventual guerra franco-alemana que se vieron confirmadas dos veces en el transcurso del siglo XX.
5/ El subtítulo del Capital es: Crítica de la economía política.
6/ Carta a Becker del 15 de octubre de 1884 (MEW, t. 36, p. 218).
7/ Op. cit., p. 152.
8/ Carta a Bebel del 12 de diciembre de 1884 (MEW, t. 36, p. 253).
9/ Makers of Modern Strategy, Princeton University Press, 1943. Traducción francesa: Les Maîtres de la stratégie, Flammarion, París, 1987.
10/ “Engels et Marx: concepts militaires des socialistes révolutionnaires”, en Les Maîtres…, op. cit., t. 1, pp. 179-198.
11/ Anthologie mondiale de la stratégie, Robert Laffont, París, 1990. Esta obra comete, de todos modos, la proeza de acumular tres errores en doce líneas de presentación de Engels (p. 937): empieza por calificarlo de “judío alemán” (Engels ya supo de este epíteto estando en vida, cf. Über den Antisemitismus, 1890, MEW, t. 22, p. 51), lo sitúa “en Londres hasta 1870” y lo convierte en animador de la Primera Internacional “tras la muerte de Marx”.
12/ Kriegstheorien: Ihre Entwicklung im 19. und 20. Jahrhundert, Bernard & Graefe, Francfort, 1972. El mismo autor ya había consagrado una obra entera al pensamiento militar de Engels: Die Kriegslehre von Friedrich Engels, Europäische Verlagsanstalt, Fráncfort, 1968.
13/ Kriegstheorien, op. cit., pp. 253-254. Este balance aparece pormenorizado en la obra anterior del autor. En Kriegstheorien se interesa exclusivamente por el “concepto de guerra revolucionaria” en Engels.
14/ Este era el precepto del autor de Vom Kriege: “No hay que dejar crecer demasiado las hojas y las flores teóricas de las artes prácticas, sino acercarlas a la experiencia, que es su terreno natural” (Carl von Clausewitz, De la guerra).
15/ Engels, Anti-Dühring.
16/ De lo que antecede no se desprende que el análisis realizado por Lenin a partir de 1914 no se ajustara a los criterios marxianos. Al contrario, el mismo se basaba fundamentalmente en una apreciación del lugar y el significado históricos de la fase imperialista en la evolución del modo de producción capitalista. Para fundamentar su posición “derrotista revolucionaria”, el dirigente bolchevique no se fijó tanto en la diplomacia de los beligerantes (el sentido primigenio de la fórmula de Clausewitz, como reconoce Raymond Aron rebatiendo a Ludendorff [Penser la guerre, op. cit., t. II, p. 59]), como en la estructura y la dinámica de sus economías. Calificó la guerra de 1914 de fenómeno sobredeterminado, inexorable, independientemente de la intención primaria de sus protagonistas.
17/ Primer manifiesto.
18/ Segundo manifiesto.
19/ W. B. Gallie, Philosophers of Peace and War, Cambridge University Press, Cambridge, 1978, p. 92. Sin embargo, el autor no oculta su simpatía por la persona de Engels, de quien considera que, gracias en especial a sus últimos escritos sobre la guerra, “un día será rehabilitado [sic] por los futuros historiadores del marxismo” (p. 81).
20/ Einleitung [zu Borkheims „Zur Erinnerung für die deutschen Mordspatrioten“], MEW, t. 21, pp. 350-351. “Friedrich Engels dijo un día: ‘La sociedad burguesa se halla ante un dilema: o pasa al socialismo o recae en la barbarie.’ […] Hasta ahora hemos leído estas palabras sin reflexionar sobre ellas y las hemos repetido sin presentir su terrible gravedad. Miremos alrededor en este mismo momento [1915] y comprenderemos qué significa una recaída de la sociedad burguesa en la barbarie. […] Es exactamente lo que predijo Friedrich Engels una generación antes de la nuestra, hace cuarenta años.” Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia.
21/ Carta a Bebel del 13 de septiembre de 1886 (MEW, t. 36, pp. 525-526). Es el propio Engels quien resalta nada más y certeza. Algunos años antes, en 1882, había manifestado su pesimismo con respecto a la actitud de los socialistas alemanes en caso de guerra de un modo todavía más categórico: “Nuestro partido en Alemania se vería inundado durante un tiempo y paralizado por la marea ascendente del chovinismo, y lo mismo ocurriría en Francia” (carta a Bebel del 22 de diciembre de 1882, MEW, t. 35, p. 416).
22/ Carta a Paul Lafargue del 25 de marzo de 1889 (Engels, Paul et Laura Lafargue, Correspondance, t. 2, Éditions sociales, París, 1956, p. 226).
23/ Engels, Armies and Revolution, Archon Books, Hamden (Connecticut), 1977, p. 129. La obra de Martin Berger constituye probablemente la mejor reseña de las ideas de Engels sobre la relación entre guerra y revolución. A este respecto, sin embargo, su principal defecto es no haber captado suficientemente, o de no subrayar, la coherencia teórica del enfoque de Engels y de la evolución de su actitud en función de los cambios objectivos de la situación mundial. Así, decir que Engels deseaba en la década de 1850, en aras a la revolución, una guerra “terrible”, incluso un “holocausto” (p. 99), es utilizar términos anacrónicos que no permiten comprender bien la aversión del compañero de Marx en el transcurso de los últimos 24 años de su existencia.
24/ Carta a Bernstein del 22 de febrero de 1882 (MEW, t. 35, pp. 279-280, traducción francesa publicada en Haupt, Löwy, Weill, Les Marxistes et la question nationale, Maspero, París, 1974, p. 102). En el registro profético, Engels continúa en la misma carta: “Los serbios están divididos en tres religiones […]. Pero para ellos, la religión cuenta más que la nacionalidad y cada confesión quiere dominar. Así, una Gran Serbia no comportará más que guerra civil mientras no haya allí un progreso cultural que haga posible al menos la tolerancia.”
25/ Engels pensaba manifiestamente en la Comuna de París, aplastada por las tropas de Versalles, bajo la mirada del ocupante alemán.
26/ Los internacionalistas revolucionarios de 1914 denunciaron la adulteración socialpatriótica del artículo de Engels: Rosa Luxemburg, en su célebre folleto de 1915, firmado Junius (La Crisis…, op. cit., pp. 188-189) y Grigori Zinoviev, en 1916, en su folleto La IIª Internacional y el problema de la guerra, restablecieron el sentido del artículo del compañero de Marx tal como se ha expuesto más arriba, subrayando asimismo que la mutación imperialista que culminó tras la muerte de Engels falseaba toda extrapolación de su análisis de 1891 sobre la guerra mundial desencadenada casi un cuarto de siglo después.
27/ Le habría gustado que fueran los propios franceses quienes se encargaran de explicar por qué había que combatir la eventualidad de una guerra de su gobierno contra Alemania, en alianza con Rusia (carta a Bebel del 29 de septiembre de 1991, MEW, t. 38, p. 161). Cuando publicó su artículo en alemán, algunos meses más tarde, Engels procuró quitarle hierro, explicando largo y tendido que, debido a los reveses del imperio zarista, la amenaza rusa que pesaba sobre Alemania ya no era actual, cosa que destruía la única justificación del defensismo revolucionario que le había parecido necesario en tal caso. En octubre de 1892 explicó al socialista francés Charles Bonnier que se sobreentendía que en caso de una nueva guerra de conquista del kaiser contra Francia habría que invertir los papeles de los socialistas de los dos países (ibid., p. 498). Y en junio de 1893, Engels reprochó a Paul Lafargue que se presentara como patriota: “Esta palabra tiene un sentido tan estrecho –o bien tan indeterminado, según– que yo no me atrevería jamás a calificarme así. Me he dirigido a los no alemanes como alemán, del mismo modo que me dirijo a los alemanes como simple internacional” (Engels, Paul et Laura Lafargue, Correspondance, t. 3, Éditions sociales, Paris, 1959, p. 292).
28/ Engels proponía una duración máxima de dos años, añadiendo que “dentro de algunos años podría ser posible optar por una duración mucho más corta”. Preconizaba un servicio limitado a la formación militar esencial y racional, sin el ceremonial superfluo y otras “necedades”, como el paso de la oca, del que solía mofarse.
29/ Kann Europa abrüsten?, MEW, t. 22, p. 371.
30/ Jean Jaurès fue el único, entre los tenores del socialismo europeo, que defendió el punto de vista de Engels sobre la transformación de los ejércitos como medio para prevenir la guerra. Su pacifismo radical le valió el odio a muerte de los nacionalistas franceses.
31/ Carta a Marx del 16 de enero de 1868 (MEW, t. 32, p. 21).
32/ Die preußische Militärfrage und die deutsche Arbeiterpartei, MEW, t. 16, p. 66.
33/ Revolución y contrarrevolución en Alemania.
34/ Ibid., pp. 194-212.
35/ Anti-Dühring, op. cit., p. 203 (texto resaltado por el propio Engels).
36/ “El deber de propagar las ideas comunistas implica la necesidad absoluta de llevar a cabo una propaganda y agitación sistemáticas y perseverantes entre las tropas”, estipulaba la 4ª de las 21 condiciones de admisión de los Partidos en la Internacional Comunista (Tesis, manifiestos y resoluciones adoptados por los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (1919-1923).
37/ “[Mi introducción] ha sufrido un poco por el deseo excesivo, a mi juicio, que sienten nuestros amigos de Berlín de no decir nada que pueda ser utilizado como pretexto para que el Reichstag apruebe el Umsturzvorlage [el proyecto de ley contra las actividades subversivas]. Dadas las circunstancias, he tenido que ceder.” Carta a Laura Lafargue del 28 de marzo de 1895 (Engels, Lafargue, Correspondance, t. 3, op. cit., pp. 400-401).
38/ “No puedo creer que tengáis la intención de dedicaros en cuerpo y alma a la legalidad absoluta, la legalidad independientemente de las condiciones, la legalidad incluso ante las leyes que violan sus propios autores, en suma, la política que consiste en mostrar la mejilla izquierda cuando te han golpeado en la mejilla derecha.” Carta a Fischer del 8 de marzo de 1895 (MEW, t. 39, p. 424).
39/ Le Socialisme en Allemagne, op. cit., p. 133.
40/ Ibid. Una de las frases tachadas de la Introducción de 1895, para gran enfado de Engels, decía dirigiéndose al gobierno alemán: “Si por tanto ustedes rompen la Constitución imperial, la socialdemocracia será libre, libre para hacer lo que quiera con respecto a ustedes. Pero lo que hará a continuación, eso se cuidará muy mucho de no decírselo ahora” (op. cit., p. 211; resalto aquí, y en adelante, los pasajes de la Introducción censurados por los editores socialistas de Engels).
41/ Para un análisis crítico de las reflexiones de Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel, y una visión global penetrante de los debates estratégicos marxistas posteriores a Engels, véase el estudio magistral de Perry Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci. Sin embargo, ni Gramsci, ni Anderson se remontan hasta Engels, pese a que se sitúa en el origen de esta problemática.
42/ Engels, Introducción, op. cit. El enfoque del parlamentarismo que refleja este texto se halla en las antípodas del “cretinismo parlamentario” que Marx y él siempre fustigaron. Se asemeja más bien al que expondrá Lenin en El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo que no al de los socialdemócratas europeos, incluso antes de 1914. Además, cuando Engels describe más adelante, con satisfacción, los progresos realizados por los socialistas en el Parlamento en los demás países europeos, se apresura a añadir: “Es evidente que nuestros camaradas extranjeros no renuncian para ello, de ningún modo, a su derecho a la revolución. El derecho a la revolución es, después de todo, el único ‘derecho histórico’ real, el único sobre el que descansan los Estados modernos sin excepción…” (op. cit.).
Lejos de revisar las opciones revolucionarias de su juventud, Engels se mantuvo fiel a lo que había escrito en su primera declaración de principios, en 1847: “¿Es posible la supresión de la propiedad privada por la vía pacífica? Sería deseable que así fuera, y los comunistas, sin duda, serían los últimos en quejarse. […] Pero también ven que el desarrollo del proletariado choca en casi todos los países civilizados con una represión brutal, y que de este modo los adversarios de los comunistas trabajan a su vez con todas sus fuerzas a favor de la revolución.” Principios del comunismo, en Marx Engels, Obras escogidas, op. cit.
43/ Ibid. La edición de Moscú traduce Gewalthaufen por “grupo de choque”, expresión sustituida aquí por “tropas de choque”, corrección que se justifica porque la primera fórmula tiene una connotación de comando, cuando para Engels se trata de una masa considerable de partidarios del socialismo en Alemania, “tropas de choque decisivas del ejército proletario internacional” (Ibid.; MEW, t. 22, pp. 524-525).
Engels relativizó notablemente, poco después, este texto, calificado abusivamente por cierta posteridad de “testamento político” suyo: “Liebknecht acaba de jugármela. Ha tomado de mi introducción […]todo lo que puede servirle para sostener su táctica apacible y antiviolenta a cualquier precio que le complace predicar desde hace algún tiempo, sobre todo en este momento en que se preparan leyes represivas en Berlín. Sin embargo, esta táctica yo solo la preconizo para la Alemania de hoy y con muchas reservas. En Francia, Bélgica, Italia y Austria será imposible seguir esta táctica en su conjunto y en Alemania puede que resulte inaplicable el día de mañana.” Carta a Paul Lafargue del 3 de abril de 1895 (Engels, Lafargue, Correspondance, t. 3, op. cit., pp. 404, texto resaltado por Engels).
Según Liebknecht, fue Eduard Bernstein quien utilizó este documento desnaturalizado para fundamentar sus planteamientos “revisionistas”, contribuyendo así a forjar el mito de un cambio de postura de Engels al final de su vida. Desde entonces, numerosos autores, de Karl Kautsky a Lucio Colletti, creyeron necesario contradecir a Engels dando crédito a esta mutación. De todos modos, a partir de la publicación del texto integral de la Introducción de 1895 por obra de Riazanov, en 1930, muchos se aplicaron a restituir su sentido original, apoyándose en la correspondencia de Engels.
44/ Ibid., p. 208.
45/ El socialismo…, op. cit., pp. 132-133 (texto resaltado por mí). “Y si ganamos las circunscripciones rurales de las seis provincias orientales de Prusia, donde predominan el latifundismo y los grandes cultivos, el ejército alemán será nuestro”, escribió Engels a Paul Lafargue ese mismo año (Engels, Lafargue, Correspondance, t. 3, op. cit., p. 89, texto resaltado por Engels).
Como explica Ernst Wangermann en su breve, pero excelente, introducción a la primera edición inglesa de Engels de El papel de la violencia en la historia, el autor “preconizaba políticas encaminadas a socavar el espíritu de sumisión absoluta de la tropa en los regimientos prusianos, que todavía se reclutaban en gran medida entre las masas oprimidas de trabajadores rurales” (The Role of Force in History, Lawrence & Wishart, Londres, 1968, p. 23). Falta espacio aquí para explicar la manera en que el programa agrario defendido por Engels, y rechazado por los socialistas alemanes, se articulaba con su estrategia revolucionaria. También se podría mostrar cómo el enfoque programático de Engels, tanto en el ámbito agrario como en lo tocante al ejército, prefiguraba el de las “reivindicaciones transitorias” que adoptó la Internacional Comunista en tiempos de Lenin.
A la luz de todas las críticas, dispersas pero acerbas, formuladas por Engels a los socialistas alemanes, en particular, no sería exagerado afirmar que el compañero de Marx fue el primer marxista que presintió la futura evolución de la socialdemocracia (le seguirá Rosa Luxemburg, mientras que tuvo que producirse la traición de 1914 para que Lenin se percatara).
46/ Engels, Armies…, op. cit., p. 169.
47/ Berger lo tiene difícil para conciliar su interpretación con el testimonio del socialista británico Ernest Belfort Bax sobre Engels: “Aunque sabía calibrar debidamente, en todas las circunstancias, las exigencias prácticas del momento, este viejo compañero de Marx, que le había sobrevivido, estuvo convencido hasta el final de que la revolución social solo podía comenzar con una insurrección armada, sobre todo en Alemania. Le escuché decir más de una vez que si los dirigentes del partido podían contar con un soldado de cada tres, es decir, con un tercio del ejército alemán, deberían pasar de inmediato a la acción revolucionaria.” (“Rencontres avec Engels”, en Souvenirs sur Marx et Engels, op. cit., pp. 332-333).
48/ En Obras completas, Editorial Progreso, Moscú, 1966, t. 11. “Nos hemos dedicado y seguiremos dedicándonos con más tenacidad a ‘trabajar’ ideológicamente el ajército. Pero no seríamos más que patéticos pedantes si olvidáramos que en el momento de la insurrección también hay que emplear la fuerza para ganarse al ejército”.
49/ Op. cit., pp. 205-206.
50/ Ibid., p. 208.
51/ Revolución y contrarrevolución…, op. cit., p. 392 (texto resaltado por mí, salvo la cita de Danton, reproducida por Engels en francés).