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El 29 de diciembre, Argentina aprobó el derecho de las mujeres a decidir sobre la interrupción del embarazo hasta la semana 14 de gestación. El proyecto, que se votó por novena vez, marcó la victoria de una larga batalla entre feministas, el Senado y la Iglesia.

Un gran precursor de la conquista fue el movimiento conocido como Ni Una A Menos, que surgió en 2015 reivindicando la urgencia de los derechos de las mujeres en la agenda política, luchando especialmente contra la misoginia, los feminicidios y la cultura de la violación, y que logró reunir a personas de distintas procedencias ideológicas y sacar a miles de personas a la calle.

Previo a este movimiento, ya se realizaba la Marcha Verde, que defendía la autonomía de los cuerpos de las mujeres y sus territorios, reclamando la legalización del aborto a través de movilizaciones con la presencia de pañuelos verdes, que se convirtieron en un símbolo de la lucha por la legalización del aborto en Argentina, luego de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito en 2005.

A partir de estos levantamientos feministas, se logró solicitar la legalización del aborto a la legislatura por primera vez en 2018. Aunque el proyecto no fue aprobado, la Marcha Verde fue fundamental para que el tema saliera del cajón y llegara a parte de la población que antes no tenía acceso al debate. Los conservadores se vieron obligados a debatir el tema por la presión de niñas y mujeres que ya no estaban dispuestas a aceptar que decidieran por ellas lo que hacer con sus cuerpos. La presión en la calle fue esencial para que la lucha se ganara en la legislatura.

La lucha por el aborto legal y seguro no termina con la aprobación de una ley. Entendiendo que los fundamentalistas religiosos no dejarán de ser una amenaza, los argentinos se unieron a los uruguayos contra los obstáculos y dificultades para acceder a la ley. América Latina tiene leyes bastante restrictivas sobre el aborto y el país del Papa Francisco muestra a sus vecinos que la moral religiosa no debe aplicarse a toda la población, porque mata, hecho que se observa ante el total desprecio con las mujeres indígenas argentinas, según el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir. Ellas son abandonadas a la pobreza, se les niega la educación y el acceso a la información y los servicios de salud son precarios, manteniéndose bajo la fuerte influencia de la iglesia, que reprime e impide el avance del debate sobre sus derechos reproductivos.

En Brasil, la falta de respeto al cuerpo del otro sigue al no abrir la posibilidad de discusión sobre la legalización del aborto. De un lado, Jair Bolsonaro, a quien no le preocupa la vida humana, se niega rotundamente a elaborar políticas que preserven la vida de las mujeres, ya que muchas recurren al aborto ilegal, que no es seguro y, en la mayoría de los casos, mueren. De otra, Damares Alves que, al igual que la no presidenta, imposibilita las discusiones sobre el tema en Brasil, y siempre que puede, se defiende con las fake news que son su obsesión: la sexualidad y la infancia.

El año pasado tuvimos un caso en Espírito Santo de una niña de 10 años embarazada tras ser violada por su tío que abrió una realidad común en el país: la violación de niños y niñas cometida por parientes o personas cercanas a la familia. Cualquier relación sexual con menores de 14 años es una violación del vulnerable, según el ECA. Esto nos muestra el absurdo de la dificultad de acceso al aborto legal, seguro y gratuito, incluso en los casos en que están garantizados por la ley. En este mismo caso, la ministra Damares Alves llegó a ofrecer beneficios al consejo tutelar local para evitar el aborto de esta niña.

El debate sobre el aborto no puede dejar de pasar por la agenda racial. Si en Argentina tenemos que prestar atención a las mujeres indígenas, aquí en Brasil también tenemos que hablar de quiénes son las mujeres que más mueren a causa del aborto ilegal: las mujeres negras. En un país donde cerca del 54% de la población es negra y de este total, el 28% son mujeres negras, estas mujeres son marginadas, maltratadas y se les niega un derecho fundamental: el derecho a generar o no una vida.

Por eso es urgente discutir políticas públicas que hagan posible la legalización del aborto para que las mujeres dejen de morir. Nunca fue más necesario gritar por el NO, entendiendo que el impeachment de Bolsonaro es un paso muy urgente para garantizar la vida de las mujeres y de toda la población, pero no el último para el debate sobre el aborto legal en Brasil. Este debate, como hemos visto con los argentinos, se hace en un camino largo y lleno de disputas, especialmente en las calles.

La legalización del aborto en Argentina fue un avance importante y trae vientos de esperanza en la búsqueda de los derechos reproductivos en América Latina. Seguimos en Brasil la lucha por la educación sexual para decidir, los anticonceptivos para no abortar y el aborto seguro para no morir. ¡Que la marcha verde avance en nuestro continente!

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