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Via Viento Sur

Rusia ha tenido una semana agitada y la sucesión de acontecimientos todavía no ha terminado. Primero se produjo el retorno de Alexey Navalny a Moscú, donde fue detenido inmediatamente nada más bajar del avión, y al día siguiente su equipo publicó un vídeo que ilustra la corrupción de Vladímir Putin y en el que se llama a toda la ciudadanía a salir a la calle el 23 de enero para protestar contra el gobierno. ¿Qué piensa la izquierda rusa de todo esto? Navalny sin duda no forma parte de ella, pero ¿debería abstenerse la izquierda de las protestas y dar la espalda a la crisis política que se está incubando? Hemos pedido su opinión a Ilya Budraitskis, Ilya Matveev y Kirill Medvedev.

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Ilya Budraitskis, historiador, comentarista político y coautor del podcast Political Diary

La detención de Alexéi Navalny en el aeropuerto moscovita de Sheremetyevo, el pasado 17 de enero, minutos después de su retorno a Rusia, no solo era la reacción esperada, sino también la única posible por parte de las autoridades rusas. A principios de año, después de que las enmiendas constitucionales del verano pasado abrieran la puerta al poder personal ilimitado de Putin, su régimen había entrado claramente en una nueva fase: una dictadura prácticamente declarada, no basada en el apoyo pasivo de la base, sino en la capacidad represiva. En esta nueva configuración no hay sitio para la oposición liberal marginada ni para los partidos del sistema de democracia tutelada, que han mantenido en jaque el monopolio absoluto de Rusia Unida y han creado oportunidades limitadas para expresar el descontento electoral.

El intento de asesinato de Navalny por el aparato de seguridad de Rusia, el pasado mes de agosto, encaja perfectamente en este escenario. Desde el punto de vista de las autoridades, la principal amenaza que comporta Navalny es la táctica del voto inteligente: la acumulación de todos los votos de oposición en los candidatos mejor situados para derrotar a los nombrados por Rusia Unida. En una situación en que el apoyo al partido gobernante está menguando rápidamente (actualmente no supera el 30 %), el voto inteligente pone en entredicho las previsiones para las elecciones parlamentarias de septiembre de este año y, a la larga, la reelección triunfante del propio Putin para un nuevo mandato.

La audaz y precisa estrategia populista de Navalny está encaminada de hecho a crear una coalición opositora, en la que se reserva un lugar importante a los representantes de los partidos del sistema (sobre todo, de los comunistas), que se negarán a bailar al son del Kremlin y son capaces de lanzar campañas electorales animadas y ofensivas. Un componente clave de esta estrategia es la retórica de Navalny, en la que cuestiones de pobreza y desigualdad social han desplazado los valores liberal-democráticos. Las conocidas investigaciones sobre la corrupción, que le han granjeado una gran popularidad, ejercen un impacto emocional en un público muy amplio (por ejemplo, su último documental sobre el palacio de Putin, que ha costado 100.000 millones de rublos 1/, había sido reproducido más de 50 millones de veces al cabo de cinco días), ya que reflejan directamente la extrema estratificación de la sociedad rusa.

En un contexto de fraude electoral declarado y de presiones policiales sin precedentes, la expresión electoral de la protesta solo puede surtir efecto si se apoya en un movimiento masivo fuera del parlamento. Y únicamente este movimiento puede decidir hoy la suerte personal de Navalny: si en las semanas que vienen no se rebelan cientos de miles de personas en todo el país para exigir su puesta en libertad, no cabe duda de que le espera una larga estancia en prisión.

En mi opinión, participar en esta movilización –con nuestro propio programa y nuestras reivindicaciones– es hoy por hoy la única opción para la izquierda rusa. Es más, es la izquierda la que puede expresar de la manera más coherente los sentimientos que empujan a cada vez más personas a protestar activamente: la desigualdad social, la degradación de los servicios sociales (especialmente la sanidad, como se ha visto dramáticamente durante la pandemia), la violencia policial y la ausencia de derechos democráticos fundamentales (especialmente en el ámbito laboral).

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Ilya Matveev, investigador y profesor de economía política y coautor del podcast Political Diary

Primero, la decisión de Navalny de volver a Rusia fue desconcertante. ¿Qué esperaba que ocurriera? El Estado había decidido sin lugar a dudas que iba a encerrarlo, haciendo caso omiso de las presiones internacionales (claro que después del sonado intento de envenenarlo, la reputación de las autoridades rusas difícilmente puede empeorar). En la cárcel, Navalny puede hacer gala de superioridad moral, pero no podrá divulgar eficazmente las investigaciones sobre casos de corrupción ni las campañas políticas (su actividad principal). La decisión de Navalny parecía casi irracional, una obcecada demostración de desafío.

Sin embargo, muy pronto quedó claro que la acción respondía a un cálculo político. Una vez detenido Navalny, su equipo difundió un nuevo vídeo de denuncia. Fue único en su género: la primera investigación a fondo que apunta directamente a Putin. El vídeo debía llegar a una enorme audiencia. El propósito de Navalny era provocar de inmediato una grave crisis política, sumando su arresto y las nuevas revelaciones explosivas. Esta crisis tendría su dimensión callejera –el sábado, 23 de enero, las ciudades rusas presenciarán concentraciones no autorizadas– y una dimensión electoral.

En efecto, 2021 es el año de las elecciones legislativas en Rusia. El sistema electoral de este país es mixto: la mitad del parlamento se elige sobre una base proporcional, y la otra mitad por circunscripciones con escrutinio mayoritario uninominal. Aunque las elecciones están muy controladas y en la votación en 2020 sobre las enmiendas constitucionales hubo un nivel de fraude nunca visto, las elecciones legislativas bien podrían poner al régimen en un aprieto. En la votación por listas de partidos, Rusia Unida, el partido gobernante, se enfrenta a un alto grado de impopularidad. Y en las circunscripciones uninominales, el régimen puede chocar con el llamado voto inteligente, el plan táctico de votación promovido por Navalny. Una crisis política provocada por la detención de Navalny y su nuevo vídeo de denuncia de Putin apunta a ambos objetivos: merma todavía más el voto a favor de Rusia Unida y favorece el voto inteligente en las circunscripciones uninominales. Podría ser un golpe muy duro para el régimen, especialmente si se combina con movilizaciones en la calle. En suma, el retorno de Navalny a Rusia ha sido una maniobra calculada. La pelota está ahora en el tejado de los miembros comunes de la oposición.

Acabo con un breve comentario sobre el vídeo propiamente dicho. No revela muchos hechos nuevos: el palacio personal de Putin ya fue noticia en 2010. Tampoco es significativo tan solo porque constituya un desafío directo a Putin. Lo que impresiona del vídeo es que elabora una narrativa coherente en la que el rasgo definitorio del presidente de Rusia es su pasión absurda y ridícula por la riqueza material. Según Navalny, Putin siempre se ha dejado guiar exclusivamente por su lujuria. Quería más y más cuando era agente del KGB en Alemania, quería más y más cuando formaba parte del gobierno municipal del alcalde Anatoly Sobchak en San Petersburgo en la década de 1990, quería más y más cuando se trasladó a Moscú y finalmente llegó a la presidencia, y sigue queriendo más y más, incluso después de hacerse construir un palacio de 1.500 millones de dólares con el escudo de la dinastía de los Romanov presidiendo la fachada.

En mi opinión, esto no refleja exactamente la mentalidad o motivación de Putin. Tampoco se puede reducir el régimen ruso a esta caricatura. Sin embargo, las decisiones de Putin en los últimos años (empezando con su vuelta a la presidencia en 2012 hasta que ha suprimido la limitación de mandatos en su propio beneficio en 2020) hacen que esta caracterización de su vida y su obra resulte inevitable. De esta imagen unidimensional de su vida, Putin no puede culpar a nadie más que a sí mismo.

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Kirill Medvedev, activista del Movimiento Socialista Ruso, músico del grupo Arkady Kots Band, editor de Zanovo-media

Con su retorno, Navalny ha dado un importante paso hacia una nueva comprensión de la política en Rusia y una nueva ronda de politización. Hasta ahora teníamos una clara división del trabajo en la protesta: las y los activistas asumen riesgos porque les motiva cierto impulso cívico idealista, mientras que los políticos velan por sus propios intereses, a menudo puramente egoístas. Navalny ha trazado esta línea, mostrando que la política puede y debe ser valiente y tecnológica al mismo tiempo. Conviene destacar que en los nuevos vídeos sigue dibujando la imagen de Putin, no como político, sino como un funcionario corrupto que, después de haber acaparado un enorme poder mediante turbio manejos, continúa actuando al viejo estilo de un granuja capitoste postsoviético con conexiones con el servicio secreto.

Sin embargo, cuanto más convincentemente desarrolla Navalny el tema de la corrupción y el consumo ostentoso de los altos cargos, tanto más se ven los límites de esta retórica en un país como Rusia, exhausto por la desigualdad y atravesado de contradicciones de clase. Ahora la situación es esta: Navalny muestra los palacios de los gobernantes, jugando con el fuego del resentimiento de clase, mientras que al mismo tiempo (junto con sus compañeros de armas) promete la plena libertad para las empresas en la Brillante Rusia del Futuro. Dicen que el problema no radica en los palacios y las fortunas gigantescas de por sí, sino de dónde vienen.

Claro que a medida que siga profundizando en esta línea populista, dejará de ser fácil discernir a los corruptos amigos de Putin de aquellos a quienes Navalny califica de honestos hombres de negocios, pero cuyas fortunas son igual de enormes y se han generado de modo similar, a base de mecanismos ilegales en las décadas de 1990 y 2000 y, por supuesto, mediante la sobreexplotación de la clase trabajadora. Todo esto abre muchas oportunidades para una política de izquierda, que mediante una combinación igual de hábil de valor y racionalidad, podría levantar una ola mucho más poderosa de descontento y un programa de cambio mucho más coherente que el populismo ecléctico de Navalny.

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